Todas mis malas decisiones en su momento fueron buenas, porque aunque prefiero ser orate que ser oráculo, aún  nadie ha dictaminado a ciencia cierta que esté chiflado. Un poco tonto si, un poco lento también, un poco olvidadizo, torpe, irreflexivo, tosco y algo chambón, cómo negarlo. Sin embargo, cuando lo hice, creí que era lo que convenía, lo que se necesitaba y por eso no creo que la vida me deba nada o que alguien sea el culpable de lo que me pasa. Todo lo he hecho conscientemente y lo que no, ha sido intentando ser feliz, que es otra forma de entender la existencia, tal vez sin muchos datos más allá de mi intuición. Todo me lo he buscado. Todo me lo he encontrado y por eso, aunque no tengo paz, si estoy tranquilo.

A esta altura de mi vida quisiera creer que no me cabe una equivocación más, pero mientras respire, siempre habrá una oportunidad para una pifia nueva, para un resbalón desconocido, para una culpa novedosa, porque en cuestión de fracasos me considero un caso de éxito. Reflexionando en mi misma mismidad, estoy seguro de haber ofendido a muchas personas, de haberlas irritado, incomodado, aburrido, incluso de haberlas hecho sufrir, la mayoría de las veces sin querer, pero otras con intención porque tampoco voy a posar de santo. He sido intransigente, arrogante, mentiroso, abusivo, irónico, desconsiderado, envidioso, terco, irrespetuoso, irreverente, ególatra, obstinado, pero nunca un hp, porque hasta donde sé, mi mamá es una santa ya cercana a la inmortalidad.

Mientras uno respire, siempre habrá una oportunidad para una pifia nueva

Algunas veces, también, he cargado con culpas que no son mías, pero ese es un efecto colateral de no saber elegir con quien relacionarme, lo que en últimas  también es culpa mía. Muchos dirán que mi autoestima está muy baja, que estoy deprimido, pero mi amor propio será poquito, pero es mío y creo que la autocritica consiste en darse más palo del que uno se merece, pero menos del que uno necesita. Y obvio que he hecho muchas cosas bien como lo demuestra el hecho que hay poquitos que me quieren mucho, pero ese es otro tema.

Tal vez lo que más me entristece es el hecho de haber causado amargura a las personas que más he amado, incluso a las que me han amado, que no necesariamente son las mismas, pero eso hace parte de la esquizofrenia en que vivimos. No hay lágrima justificada, ni tristeza que haya valido la pena. Perdón una vez más, aunque a algunas ya les llegue tarde la disculpa y a otras ni siquiera les interese.

La mitad de mis problemas han sido por no haber escuchado y la otra mitad por  haber escuchado demasiado y entre las dos, me quedo con la primera porque todos tenemos el derecho, pero sobre todo el deber, de equivocarnos por nuestros propios medios.

No escuchar o escuchar demasiado, esa es la cuestión.

Y es que hay decisiones grandes y pequeñas, decisiones de todos los colores como diría Eduardo Galeano con sus fuegos. Decisiones tontas como la ropa que me pongo o como el candidato por el que voy a votar y otras realmente fundamentales como a quién amo, cuándo y por qué. En esas creo no haberme equivocado porque a las personas que he querido, lo he hecho de frente y sin rodeos, sin remordimiento, sin arrepentimiento y además, de forma vitalicia, porque a todas las quiero más, aunque a algunas con menos frecuencia.

Ya perdí la cuenta de las veces que me he quebrado o de la plata que he perdido, porque para esos temas me ha atacado una especie de alzheimer financiero, que bendigo, sobre todo porque en los momentos malos es que he recibido más cariño. Dicen que soy un pesimista pero acá estoy parado, de frente y en la lucha, con el corazón un poco arrugado pero con la seguridad  o tal vez con la esperanza, que a mi ataúd le faltarán manijas para tantas manos.

 

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