Los viejenials estamos de moda porque hemos perdido el miedo a envejecer o  porque nos hemos vuelto descarados o porque  hemos entendido que las arrugas tienen su lado sexy.

Es claro que la madurescencia nos ha ayudado a salir del closet donde nos dejamos arrinconar por una sociedad  que todo lo considera desechable, reemplazable y prescindible. Y no. Somos una generación que alcanzó a  colgarse en el último vagón de la tecnología, por lo que las redes sociales no nos dan culillo. Muchos son instagramers reconocidos, tuiteros juiciosos y calmados y manejan Facebook para sentar su punto de vista. Otros, aborrecemos Linkedin porque estamos conscientes que en esa red somos un cero a la izquierda y porque no nos interesa un puesto sino un lugar en la vida. Aunque lo usamos, nos mama Whastapp porque conocimos que la verdadera adrenalina era llamar por el teléfono fijo, negro y de disco y que nos contestara ella. Nos gusta el deporte, Netflix, el sexo, la gastronomía, los emprendimientos, viajar, el yoga, el fútbol  y vivimos la espiritualidad sin pena y sin remordimiento. No nos da pena reconocer los errores ni los fracasos y si nos caemos, nos volvemos a levantar.

Aborrecemos Linkedin porque no nos interesa un puesto sino un lugar en esta vida.

Tenemos claro también que la experiencia no reemplaza la elasticidad y que el mundo seria mejor si viniéramos con las palabras contadas por lo que cada día somos más prudentes, aunque tampoco nos da miedo decir lo que pensamos. Adulto contemporáneo que se respete no suele ir por ahí haciendo el ridículo de inventar lo que no puede porque la gran mayoría sabemos lo que queremos, con quien, cuando y por donde.

Estamos entre la cincuentopía y la sesentañez, por lo que somos un revuelto extraño entre Los Beatles, la Fania, el Che, Cortázar, Galeano, Gabo, Benedetti, El Padrino, Tierra de Gigantes, Pelé, Maradona, los hippies, la marihuana, el Upac y los Renault 4. Por reflejo y a través de nuestros hijos, nos ha tocado el reggaetón, la telefonía celular, Messi, los posgrados, Amazon, el D1 y para nuestra desgracia, también,  Uribe y Trump. A nuestra edad, sabemos decir, sabemos hacer y sobre todo, sabemos escuchar. No gastamos energía en lo que no lo vale y preferimos  el humor al chiste, el amor al sexo, la amistad a la algarabía, la sabiduría al conocimiento, la maratón a la velocidad, y la alegría a la histeria.

Sabemos que sabemos cositas, no queremos impresionar a nadie y no esperamos más de lo que debemos esperar.

Muchos pertenecemos al mercado del usado y nos asumimos como tales  porque para nosotros lo malo, en la mayoría de los casos ha sido reparado, sabemos que sabemos cositas, no queremos impresionar a nadie, no esperamos más de lo que debemos esperar, tenemos los pies puestos sobre la tierra, pero sabemos desplegar nuestras alas, bien para volar o bien para largarnos porque somos  ingenuos pero no tontos. Nuestros papás  no se separaban sino que se limitaban a meter en el congelador las relaciones fallidas, las pasiones infructuosas. Se casaban para toda la vida, aunque se les fuera la vida en el intento. Ahora, en tiempos de la posmodernidad, las parejas nos separamos, no se sabe si como rasgo de desarrollo o como símbolo de atraso. Y lo asumimos y además, lo volvemos a intentar.

Los adultos vintage sabemos que estamos en la última etapa de nuestra vida productiva por lo que no nos da miedo asumir el riesgo de sacarle el jugo al tiempo que nos queda así no sepamos  bien qué hacer con las pepas. Tenemos claro que lo que nos espera son pañales y soledad, principios del Alzheimer y de Parkinson, tetas caídas pero bien llevadas y problemas con la próstata. Por lo pronto estamos con algunas abolladuras y rasguños pero con el amor propio intacto, que será poquito pero es nuestro.

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