Las reuniones de exalumnos de cualquier vaina suelen ser espacios de confrontación con uno mismo, porque de alguna manera terminamos haciendo el balance de lo hecho.
Lo primero que uno piensa es que los que envejecen son los otros, las arrugas que se ven son las de los otros, las calvicies y las canas de los otros, la mala fortuna y el fracaso de los otros, la risa fingida y los abrazos vacuos y vacíos son los de los otros, sin caer en cuenta que, como decía Alberto Cortez, uno es el demás de los demás.
Bajémonos de ese bus: a todos se nos ven los años, sin importar la faja, el sombrero, las gafas o el peluquín. Todos tenemos arrugas, todos tenemos achaques, todos tenemos dolencias. Lo que pasa es que unos lo manejan mejor que otros. Muchas de esas caras ya no son lindas, pero adquirieron ese tono bonito que da la paz en el espíritu. Otros, sin importar la cantidad de los retoques, siguen manteniendo la misma malparidez de antaño, porque como los lunares de nacimiento, la ‘mala leche’, no se quita.
Las cosas poco cambian y cuando cambian, empeoran».
Encontrarnos de nuevo con nuestros contemporáneos nos da la oportunidad de saber que las cosas poco cambian y que cuando cambian, empeoran, de entender que muchos lazos que forjamos se mantienen porque están hechos de bromas, de peleas, de ‘peas’ espantosas, de copias en filosofía y malas notas en redacción o método científico, pero sobre todo, de complicidades en horas de espera antes de clase. También sirven para enfrentarse a la cruda realidad de los saludos fríos y distantes de aquellos con quienes creímos querernos tiempo atrás, pero que la vida terminó por poner en su lugar, porque cada quien es dueño de sus miserias y sus miedos.
Hay caras con el tono bonito que da la paz en el espíritu».
Absurdamente convertimos a los otros en los baremos de nuestra propia vida, de eso que llaman éxito o felicidad, de la fama o el ocaso, como si en el fondo cada uno no supiera. Entre vinos y entremeses, comparamos la familia, los trabajos o el dinero y dependiendo de los egos, siempre terminará por faltarnos lo que tienen los demás.
Al final, solo quedan las risas y promesas de volvernos a encontrar, porque cada quien sigue su rumbo, porque los viejos y achacados son los otros y porque olvidamos, sin decoro, que cada quien tiene la cara que merece.
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