Las casas antiguas tenían una aldaba en la puerta de la entrada. Era una forma elegante de avisar nuestra llegada y de anunciarnos antes de entrar. El tiempo pasó y llegaron los timbres, los ojos mágicos y las cámaras de vigilancia.
Hoy, las cosas son distintas, entre otras cosas, porque cada día es menos importante vernos cara a cara. El mundo se ha reducido a los mensajitos en whatsApp, que incluso sustituyeron el poder de la voz humana.
El mundo ha cambiado tanto, que ya es poco importante vernos cara a cara
WhatsApp es una aplicación de creación reciente, aunque diez años en el mundo de Internet, es casi un siglo en el mundo de los vivos. Nació como una agenda para Blackberry y para IPhone en la que uno podía ver la disponibilidad de sus contactos para poder llamarlos. ¿Whats up? ¿qué hace? ¿qué hay? En 2014 la compró Facebook y a partir de ahí, la evolución ha sido constante.
Todo eso está muy bien. Incluso para un tipo tímido y casi ermitaño como yo, WhatsApp o wasap, como lo ha aceptado la Real Academia de la Lengua, nos salva de muchas llamadas, de muchas explicaciones, porque prácticamente no hay nada que un emoji no pueda decir.
Sin embargo, en estos tiempo donde el afán es nuestro sello, la comunicación por wasap se ha convertido casi, casi en una eyaculación precoz. Rápida, expedita y presurosa. Nos hemos convertido en una generación de dedos parlantes, donde poco se dice y donde mucho se escribe. Ir ya no es una opción, llamar está en desuso y lo más cercano a una comunicación tradicional es la grabación de un mensajito de voz.
Wasap es una puerta de escape para los tímidos, porque nos salva de muchas llamadas y muchas explicaciones
Frente a eso, es poco lo que se puede hacer. El mundo no va a cambiar y prefiere wasapear que decepcionarse frente a frente. Eso es una cosa, pero los grupitos de wasap son otra porque terminan siendo una comunicación por montonera. Los odio y me gustan tanto como me gustan las acelgas o ponerle cara de ponqué a quien no quiero. Son invasivos, transgresores, insoportables, insufribles, fastidiosos y abusivos.
¿En qué momento la familia, los compañeros de trabajo, los padres de familia, los amigos de fútbol y de farra o las señoras de los grupos de oración, decidieron que meternos a la brava en un grupo de wasap era algo deseable? ¿Desde cuándo estar en ellos se volvió algo obligatorio y salirse, un insulto?¿Quién dijo que es chévere recibir un video a las tres de la mañana? ¿A quién le pareció que el celular es el campo de batalla para hacernos creer en Dios, en el hijo de Dios o en alguno de sus santos?
Yo, que soy un gruñón certificado, estoy mamado de las felicitaciones de cumpleaños por los grupos de wasap, de los chistes sobre Duque o de las tropelías del señor expresidente, de las alertas por las nuevas modalidades de robo en TransMilenio, de las cadenas de oración, de los videos de mascotas o de la hora del almuerzo en casa de mamá. Por favor, no me metan a ningún grupo ni se pongan bravos si me salgo.
El mundo claramente no se jodió porque naciera esta aplicación, pero con seguridad algo ha tenido que ver cuando preferimos una discusión por wasap, que la deliciosa experiencia de putearnos mirándonos a los ojos o escribir un texto insulso que tomarnos de las manos, o esperar las respuestas después del doble chulo azul que abrir una carta perfumada.
Se habrán acabado las aldabas pero no la costumbre de pedir permiso para entrar.O para irse.
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