Hay momentos en la vida en que uno no sabe si lo mejor es reinventarse o reintentarse. Lo primero implica empezar de nuevo y lo segundo, reafirmarse. Son momentos en la existencia por los que atravesamos todos, momentos de crisis infinitas y dudas insolubles, de trances sin salida, porque aunque haya luz al final del túnel, no se tiene con qué pagar ese recibo. No tiene edad, ni sexo, ni estrato. Si no le ha sucedido, preocúpese, porque suele pasar cuando se nos acaban las personas o las circunstancias a las cuales se les pueda echar la culpa de lo que nos pasa.
Son instantes en los que ponemos en duda lo que hemos hecho, lo que hemos dicho, lo que hemos pensado. Los dogmas y paradigmas, de los cuales nos hemos agarrado, se convierten en una barra de hierro caliente, de la que nos soltamos para caer irremediablemente en el abismo. Son santiamenes de vacilación cuando entendemos que no llegamos a ser tan importantes en la vida de los otros como creíamos, soplos de escepticismo acerca de la bondad de nuestros propios actos, que no por buenos, salen bien, vientos de vacilación frente a tanto dolor causado por haber dicho, por haber desdicho, por haber hecho y por no hacerlo, porque el no darnos cuenta, no sirve como disculpa.
Hay momentos en los que uno pone en duda todo, incluso lo que cree haber hecho bien
Son momentos en los que tal vez es mejor saber poco y entender mucho. Por eso, nos cuestionamos la vida, la familia, la pareja, los hijos, la profesión, el país, la religión y para los que creemos en algo más allá de nosotros mismos, por supuesto, Dios.
Debo decir que en mi caso, esa relación suele ser bien particular y tal vez solamente la entendemos El y yo. Voy y vengo, vengo y voy, pero de alguna manera, siempre está ahí, porque mi Dios es uno solo, pero demonios tengo varios.
Mi fe no es heredada, porque aunque me crie (o me malcrié) en medio de una familia católica, fui bautizado, hice la primera comunión, voy a misa ( a veces),estudié en colegio de curas, me casé por la iglesia y me separé en notaría, en realidad en el que creo es en El y no tanto en sus ejecutivos de cuenta.
Mi Dios es uno solo, pero demonios tengo varios.
Hablo con El todos los días, pero como quien habla con un amigo al que uno le cuenta sus problemas esperando un consejo o una ayuda. Puedo entender sus silencios porque todos tenemos momentos de distracción y esparcimiento. Las oraciones están bien, pero creo que está mejor cuando le hablo a mi manera, para no quedar como esos papás que le dicen a los hijos que los aman con una frase de esquela de la papelería de la esquina.A El no le puedo esconder lo que soy: tosco, malhablado, caótico y mordaz.
Como digo, nadie está exento de estos bretes, aunque unos los llevan de mejor manera y a otros se nos notan mucho las costuras. Reinventarse o reintentarse, he ahí la cuestión a resolver, porque al fin y al cabo la vida tiene sentido, pero lo difícil siempre termina siendo el encontrarlo.
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