Las sociedades se definen en las pequeñas cosas. El año nuevo me sorprendió por fuera de Colombia. Un día cualquiera, un vecino de la casa de mi hermana, sacó a la calle ciertas cosas en buen estado, pero que para él eran inservibles. Entre esas cosas estaba una pelota de basquetbol casi nueva. Al otro día, y tal vez por el viento de invierno, la pelota terminó en un jardín cercano. Ha pasado un mes y la pelota sigue ahí.
Las historias de las sociedades se crean partir de las relaciones que construyan sus ciudadanos».
El detalle no es menor porque de alguna manera refleja lo que pasa en este tipo de sociedades, que podrán sufrir de otras cosas como la soledad y el aislamiento, pero sus relaciones son ordenadas, no mejores ni peores, pero un poco más tranquilas. Acá se respeta, no tanto por consideración, sino porque son seres individuales a los que les importan poco los demás y por eso nadie se mete en la vida del otro.
Por lo general, se saluda distante pero respetuosamente, les preocupa poco la facha –la propia y la de los demás- son temerosos de la ley, siguen una ideología, trabajan sin descanso y se pegan de las costumbres. El transporte es puntual, cumplen sus promesas de descuento sin trampas invisibles, lo mueven todo con la plata y se obsesionan con cosas que para los demás son inconcebibles. Claro, no es el paraíso, porque hay robos, indigentes, desigualdades, sus políticos son un fiasco y algunos son peores, les encanta sentirse los dueños del mundo e imponerle sus reglas a los otros países, en especial a los pequeños, algo raro para una nación que cuida al extremo a sus niños, a sus ancianos y a sus discapacitados. Hacen valer sus derechos y se apegan a la constitución, que poco cambian.
No es que haya una sociedad mejor que otra. Tal vez hay unas más tranquilas, sin que eso implique que no haya sobresaltos».
Los colombianos en particular, y los latinos en general, funcionamos de manera diferente. Vivimos de los otros, bien para criticarlos sin piedad o bien para alabarlos sin motivo, porque además de censuradores somos muy lambones. Nos gusta decir que somos muy felices, pero en el fondo somos una sociedad amargada que vive del ‘empute’ y la rabia hacia todo y hacia todos. Fechas especiales como el Día de la madre o el Día del padre, siempre terminan en tragedia, porque con dos tragos encima todo lo arreglamos a los golpes y a los gritos. Decimos ser muy frescos, pero estamos pendientes de los otros, de lo que hablan, de lo que comen, de lo que hacen, de lo que visten, de lo que piensan. Nos gusta la igualdad pero no la parte que nos toca. Nuestros gobernantes son ineptos, tramposos, incapaces, torpes, incompetentes y mañosos, pero una vez salen del poder, siempre tienen una fórmula mágica, porque además son inmortales.
Cambiamos las reglas, sacamos ventaja, nos importa poco el otro, incumplimos la palabra, nuestros argumentos son de caucho, nuestra ideología se basa en lo que dictan las tendencias de las redes, hablamos de más, echamos de menos. Somos tramposos, mañosos, bribones, picaros, timadores y chantajistas. Nuestra disculpa para ser así es que a nosotros nos «conquistaron» los españoles pero ya han pasado más de quinientos años y algo habríamos podido hacer al respecto. Sin embargo, nos gusta ser así y con seguridad entre nuestros planes no está el cambiarnos por ninguno porque vivimos orgullosos de lo que somos.
Yo, por lo pronto, sigo viendo esa pelota a través de la ventana y la verdad verdadera es que me están enloqueciendo las ganas de salir una noche oscura y cogerla para mí.
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