Una versión bonita de la pandemia nos dice que ella vino para ponernos a cada uno en nuestro sitio, para cambiarnos la forma de ser y de actuar, para reflexionar acerca de lo que hemos hecho y no hemos hecho y que vendrá una nueva generación de pandennials y coronnials.

Yo, un poco en la línea de Serrat en su  legendaria Fiesta, creo que  cuando se acaben estos tiempos “volverá el rico a su riqueza, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas”. A otras riquezas, a otras pobrezas y a otras misas, pero riquezas, pobrezas y misas al fin y al cabo.

Una versión bonita de la pandemia nos dice que ella vino para ponernos a cada uno en nuestro sitio».

Estamos viviendo una calma soterrada, una especie de “en este pueblo algo grave va a pasar”, como en el cuento de García Márquez, en el que todos respiramos un aroma de buena vibra y de buenas intenciones, como en navidad cuando todos nos queremos. Muchos  han descubierto su vocación de chefs, de clérigos, de músicos, de poetas, de coaches, de salpimentadores, de sanadores, de trapeadores compulsivos, de expertos en yoga y reiki, de humoristas y por supuesto, de solucionadores de virus y epidemias.

Contra todo, yo creo que en estos tiempos de pandemia hay mucho cafre disfrazado de abuelita buena. A mi juicio, la plaga ha sacado lo peor de nosotros. No son pocos los que se están haciendo pasar como  angelitos, cuando en verdad siguen siendo el mismo demonio. Muchos, lo que están buscando es un huequito por dónde meterse para sacar ventaja en medio de la incertidumbre, para acomodarse en esta crisis financiera que ya agobia, para lavar la fama de cafres que con tanto esfuerzo construyeron a lo largo de la vida. Y eso, está bien, pero se ve raro.  Es un esfuerzo que hay que aplaudir, si no fuera porque tiene toda la pinta de no ser sincero. Como en la canción de Serrat, «por una noche se olvidó, que cada uno es cada cual».

Yo creo que en estos tiempos de pandemia hay mucho cafre disfrazado de abuelita buena».

Lo único cierto es que es improbable que después de este tiempo sigamos siendo iguales, lo que no quiere decir que vayamos a ser mejores. La pandemia hizo que se nos vieran las costuras: ¿Surgirá entonces una nueva división en nuestra sociedad entre los esenciales y los no esenciales? ¿Entre los sintomáticos y los asintomáticos? ¿Entre el que requiere del trabajo intelectual que puede hacerse  desde casa y el que requiere del esfuerzo físico en los lugares de trabajo? ¿Entre los que pasaron esta  horrible noche sin más sobresalto que el aburrimiento y los que padecieron hambre y soledad? ¿Entre los asalariados miserables y los miserables sin salario?

Las empresas ya lo saben: pueden prescindir de mucho personal. Los pastores ya lo saben: deben buscar nuevas formas de aumentar el diezmo. Los futbolistas ya lo saben: no son tan importantes. Los hijos ya lo saben: los papás pueden dedicarles diez minutos de su tiempo. Los abuelos ya lo saben: los consideran una carga. Los amantes ya lo saben: de amor nadie se muere. Los políticos ya lo saben: siempre habrá una pandemia que los salve. Los influencers ya lo saben: No influencian nada. Los pobres ya lo saben: con pandemia o sin pandemia seguirán jodidos. Los ricos ya lo saben: lo que vale es el capital y por eso hay que tener mucho. Y todos los  sabemos: Dios, cualquiera que sea la idea que tengamos, todo lo puede, pero toca esperar el turno.

Cuando pase la pandemia, intuyo que volverá nuestra alma chiquitica, la nadería de nuestros sentimientos y la nimiedad de nuestras luchas…

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