La distancia social nunca se ha ido, pero ahora está de moda. Se ha vuelto cool, casi indispensable. No es el virus, no es la pandemia. Somos nosotros.

Siempre hemos sido una sociedad desigual, pero ahora se nos apareció la excusa perfecta. Punto y apártate. No sé si será como dice el filósofo Slavoj Zizek, que «la pandemia es  un golpe letal al capitalismo de un mundo sin fronteras y una gran oportunidad para reinventar el comunismo», o como indica Byung-Chul Han, que «el capitalismo continuará con pujanza, y millones de turistas seguirán pisoteando el planeta» o como  afirma Yuval Noah Harari , que «los gobiernos más poderosos del planeta, actuarán  más globalmente que nunca y con responsabilidad», todos filósofos al parecer muy importantes, que vine a descubrir hasta ahora, porque no me las voy a tirar de intelectual y tendrán que perdonar mi ignorancia descarada.

Somos un mundo desigual, donde algunos estamos mejor colocados que los otros y otros, mejor colocados que nosotros».

Pero pensándolo bien desde la comodidad casi, casi impúdica, casi obscena, casi ridícula  de no faltarme techo, comida, ni Netflix, lo único cierto es que esta pandemia lo que ha hecho es desnudarnos las costuras, porque  mientras muchos de nosotros a partir de la banalidad de nuestras redes nos quejamos del aburrimiento, de lo largas que son las misas con el Papa, hacemos memes y piruetas, nos subimos de peso y hacemos reuniones por Zoom o por Skype, jugamos al Tik Tok, sentamos cátedra y posamos de personas sin rencores, afuera, hay un mundo de personas que no saben qué comer, no porque les sobre, sino por todo lo contrario, mujeres golpeadas, hombres maltratados (sí, también los hay) niños mirando las estrellas por el hueco de sus techos, que no saben de pandemias ni de virus, ni de cuarentenas ni cuaresmas, porque han crecido con fiebre, mocos, tos seca y dolores en el cuerpo. No es que no lloren por los médicos que se mueren, sino que para ellos, la medicina son los remedios que receta el señor de la farmacia de la esquina, o las agüitas aromáticas que preparan las mamás. Nadie niega que debemos reactivar la economía, pero como nada está seguro, probemos entonces con los pobres: los “rusos” de Usme, Ciudad Bolívar o Soacha, que salgan a las obras en el norte. Si el experimento sale bien, seremos genios. Si sale mal, pues algo se intentó y a los pobres que se mueran, los olvidaremos con el fútbol  o con otra cosa tonta que nos pase.

Los pobres, serán como siempre, los conejillos de indias de un experimento que nadie sabe a dónde va».

Somos un mundo desigual, donde algunos estamos mejor colocados que los otros y otros, mejor colocados que nosotros. Y eso no va a cambiar, porque tomar distancia de los otros no es de ahora, es de siempre. Apártate y punto. Los pobres sólo nos sirven para echarnos un discurso libertario, porque a todos nos gusta la igualdad, pero siempre y cuando no se metan con la parte que nos toca y nosotros, tan de clase media, tan de estrato tres y cuatro, tan de comer mierda y eructar sushi, tan de tarjeta Codensa, tan de deudas hasta el cuello, no existimos para nadie. Y los ricos, son los ricos en Cuba, Colombia, Estados Unidos o en la China y por eso, cuando se acabe la pandemia, muchos no tendrán siquiera el riesgo del contagio para que los volteen a mirar.

Guardaremos las distancias, pero ahora tendremos la disculpa…

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