A nosotros nos produce una felicidad infinita hablar sobre lo divino y sobre lo humano, sobre lo bueno y sobre lo malo, sobre lo prohibido y lo autorizado, sobre lo blanco y sobre lo negro, pero cuando se trata de opinar sobre lo que no sabemos, llegamos casi, casi a los orgasmos.
No es un invento colombiano, ni mucho menos, pero que somos grandes especialistas, nadie lo duda. Nos priva sentar cátedra, inventar teorías, imaginar conspiraciones, hacer conjeturas, suponer situaciones, presumir conocimientos. Y para completar, somos muy buenos, porque nuestra genialidad a la hora de sumar medias verdades con medias mentiras es algo que no tiene parangón, porque nuestro problema no es que sea real, sino que sea creíble. Basta ver lo que pasa en las redes sociales o en las cadenas de Whatsapp.
Cuando se trata de opinar sobre lo que no sabemos, llegamos casi, casi a los orgasmos.
No hay situación, pandemia, escándalo, batahola o aquelarre en la que no seamos expertos, porque en Colombia, los peritos surgimos por contagio. Literalmente. Si el tema es el covid, tenemos especialistas. Si es fútbol, nos llenamos de doctores. Si es de economía, estamos plagados de versados. Si es de moda, sexo, Dios, teletrabajo, plata, salud, negocios y en general, sobre la vida de los otros, somos sabios de ocasión. La política, es genialidad a otro nivel, porque todos tenemos nuestras propias fórmulas que los otros brutos no las ven.
El tema es tan importante que hasta teoría de universidad norteamericana tiene. Se trata del llamado Efecto Dunning-Kruger, que se define como “el sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real”. En otros términos, gente que opina sobre todo sin tener idea de nada, pero pensando que sabe mucho más que los demás. Y el problema a la larga no es ese, porque habladores, chicaneros, lámparas, picados y ostentosos, hay en todas partes. El problema es que es tanta su carreta y su capacidad de verborrea, que logran convencer, por lo que sus teorías terminan siendo convertidas en verdad por montonera.
Somos incapaces de separar la verdura de la carne, por lo que la vida que vivimos en realidad termina siendo una verdadera distopía donde cada día, cada persona, cada situación, nos ayudan a reafirmar la convicción que no tenemos la menor idea de nada y por eso, vivimos en una especie de marasmo que a veces se confunde con la baba.
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