La vejez es el futuro, quién podría negarlo. Al fin y al cabo, un día de más, siempre será un día de menos.
Sin embargo, los atardescentes, los vintagenarios, los viejennials, los adultos contemporáneos o como quieran llamarnos, situados entre los cuarenta y los sesenta años, parecemos no advertirlo. De a poco nos hemos dejado arrinconar y acorralar, marginar y segregar en el trabajo, en el arte, en el sexo, en la vida misma.
La vejez es el futuro, porque un día de más siempre será un día de menos.
Nos hemos llenado de mañas y de complejos, de fobias y de repulsiones, de miedos y perturbaciones, bien porque la sociedad así lo ha marcado o bien porque nosotros mismos nos hemos encargado de entender la vida en tonos grises. Nos conocemos desde siempre, pero al primer traspiés, al primer rechazo, nos llenamos de deudas y de miedos.
Sin embargo, llegó el momento de parar. Estamos mamados del edadismo, de que nos discriminen por la edad, de que nos segreguen por lo ya vivido, de que nos adelanten el tiempo del retiro, como si no fuéramos más que angustias y mascotas.
Los atardescentes tenemos mucho por decir, siempre y cuando entendamos el lado sexy de la arruga. En Colombia, representamos el 19 por ciento de la sociedad, con un cúmulo de saberes y potencialidades que nadie puede desconocer y ninguna colectividad puede dejar de lado. Somos una comunidad económicamente activa, sexualmente actualizada y emocionalmente apta. En la mayoría de los casos, tenemos nuestros intereses definidos, abiertos a nuevas posibilidades, interesados en formas nuevas de ver la vida, actitudes positivas, ecologistas, vida sana, espirituales, artísticas y de defensas de causa sociales.
Estamos mamados del edadismo, de que nos discriminen por la edad, de que nos segreguen por lo ya vivido
Aceptamos sin miedo que se nos caigan las tetas y se nos escurran las nalgas, nos sentimos bien frente al espejo porque sabemos que la elasticidad ha dado paso a la experiencia, la arrogancia a la sabiduría, el afán a la puntería, los odios a la indiferencia, la terquedad a la perseverancia, la religión a la espiritualidad y la culpa al perdón pedido a tiempo.
Manejamos con habilidad nuestros culillos y por eso emprendemos cosas nuevas, sin temor a equivocarnos, no porque nos creamos infalibles, sino porque sabemos el valor creativo del fracaso.
Es nuestro tiempo, que no es ayer ni será mañana y ganas, es lo que nos sobran.
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