Nos cuesta trabajo mantener cerrada la boca. Bien para comer o bien para hablar. De la gula y la gordura, mejor ni hablar, porque al final de los días cada cual se come lo que quiere y maneja sus sentimientos de culpa como mejor le parece. Yo, por ejemplo, creo que el chicharrón es fibra y la cerveza es alimento.
Sin embargo, lo que nos jode como país es nuestra sempiterna propensión a opinar y a hablar de todo, la mayoría de las veces sin saber de nada. Somos una especie diletante que vive la vida a través de Wikipedia y Twitter. En cualquier conversación nos sentimos obligados a decir y a comentar, como si el desconocimiento de las cosas nos situara en el infierno. No, no tenemos que opinar de todo, no tenemos que saber de todo, no tenemos que sentar cátedra de todo.. Tal vez seríamos distintos si entendiéramos que una última palabra es lo más cercano a un epitafio.
Que uno como ciudadano diga y hable, vaya y venga, porque al final de los días es nuestro libre albedrío y en cualquier caso siempre habrá un amigo que tenga una anécdota mejor y un chisme más fresco. Otra cosa es la verborrea de nuestros funcionarios.
Una última palabra es lo más cercano a un epitafio.
Todos tenemos derecho a nuestra propia opinión, pero cuántos problemas nos ahorraríamos si los funcionarios conectaran el cerebro con la lengua antes de hablar. En este gobierno – aunque no es exclusivo de él- prácticamente no pasa un día sin que alguno de los ministros, embajadores, directores de oficina, vicepresidenta y por supuesto, el mismo Presidente, la embarren por exceso de actuación. En estos tiempos, en que todo se graba y todo se propaga, la mesura y discreción debería ser la norma que los guiara. Pero no.
Hablar y prometer, para luego recular y aminorar no parece ser una buena práctica para ejercer el poder. Menos anunciar medidas y a continuación autorizar una excepción. Tampoco notificar demandas y al día siguiente decir que mejor no, pedir servicio militar obligatorio femenino y después echarse para atrás, o hablar mal del gobierno ante el cual se es embajador y seguir como si nada, aceptar renuncias y mantener interinidad un semestre entero ante el país más poderoso del mundo. Y así todos los días, porque ni colorados se ponen.
Hablar y prometer, para luego recular y aminorar no parece ser una buena práctica para ejercer el poder.
En estos tiempos que nos corren, gobernar por internet termina siendo complicado porque como dice Felix De Bedout, “siempre hay un trino” y aunque las palabras se las lleva el viento, no falta quien las recoja y nos haga quedar mal, pero eso, por lo menos en Colombia, es un detalle menor porque acá nunca pasa nada.Tal vez mejor la gula.
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