No me gustan muchas cosas. Ni Uribe, ni Duque, ni Marta Lucía, ni Carlos Holmes. No me gusta el Centro Democrático, no me gusta Trump, no me gusta la godarria, ni mucho menos el abuso policial. No me gusta lo que significan las jerarquías de la iglesia, de la milicia, de la  intelectualidad. Me maman los fantoches, los beatos, los influenciadores, los sabiondos, los pisapasito, los tramposos, los ruidosos.

Me aburre Vicky, los Vélez, María Camila Díaz en la W, el Gol Caracol, el Pulso del Fútbol de Londoño y Rentería y Win. Hasta ahí podría ser la descripción de un tipo que anda contra el mundo. Y sí.

Dicho esto, creo que representan una posición ante la vida, una forma de entenderla, tan válida como la mía o la de cualquiera y, entre otras muchas cosas, porque no creo ser mejor que nadie.

Que no me gusten muchas cosas no quiere decir que no reconozca su derecho a ver la vida como mejor les parezca.

El tema en discusión viene siendo lo tolerantes que somos ante la opinión ajena y lo intolerables que son algunas posiciones y actuaciones. Ante lo primero creo y concuerdo con Carolina Sanín, quien dice que parte de lo que nos falta es escuchar al otro, tratar de entender su vida y entender la vida de todos con los que él se ha relacionado, porque así lograríamos entender bien a la humanidad, que es la forma de entendernos a nosotros mismos. En cuanto a lo segundo, sí creo que hay cosas intolerables como el abuso, la muerte, la desigualdad, la discriminación, pero eso es una posición moral. La mía.

Es tal vez por esa razón que no he terminado de entender el alboroto que ha generado el cambio de perspectiva frente al manejo de la revista Semana. Creo, incluso, que se habían demorado. La historia de los grandes medios en Colombia es la historia de su casi unánime gobiernismo y de su apego por el establecimiento. Quien lo niegue desconoce la historia de nuestro país o por lo menos la historia de nuestros medios de comunicación, aunque, como es apenas natural, siempre hubo – y habrá- gente independiente que ha buscado la forma de decir lo que otros no. Sin embargo, al final se acaban yendo por voluntad propia o la de otros, para seguir haciéndolo en otro lado. Y eso ocurre acá y en todo lado.

No termino de entender el alboroto con el cambio de rumbo de Semana. Es más, creo que se habían demorado.

Pensar que Semana ahora se dedicará a lavar y a alabar la imagen de Duque, o del presidente de turno, no es ningún descubrimiento. Es lo que ha hecho siempre, desde su primera etapa con Lleras Camargo. Que Semana se va a volver un medio de derecha tampoco es claro, porque de alguna manera siempre lo ha sido, al igual que los demás. También es muy ingenuo pensar que Vicky Dávila sea la nueva ideóloga de la derecha colombiana, si eso existe, porque acá la derecha es Uribe y pare de contar. Ella encarna una manera especial de ejercer el periodismo más cercana a Laura en América que a Rupert Murdoch. Le gustan los likes, el bochinche, la algarabía, el escándalo, porque en la sociedad en la que vivimos eso se convierte en plata, que es en últimas para lo que la pusieron los Gilinsky, que tienen la boca redonda de decir oro y sus muecas son de tanto decir plata. Por eso, a Vicky le da lo mismo entrevistar a Petro que a Yina Calderón, a Uribe que a Fajardo, a Jorge Cárdenas que al Tino Asprilla, a Esperanza Gómez que a James Rodríguez. Lo único que le interesa es el alboroto y el jaleo, que son los que le dan vigencia. Cuando eso cambie (es decir, cuando la sociedad cambie) ella será un fusible al que echarán sin reato alguno. Al fin y al cabo, no es tan importante como cree, ni mucho menos, tanto, como el alboroto que le gusta levantar.

Tengo la convicción que a los nuevos dueños de Semana les interesa más las finanzas que la ideología. Igual que a los Santo Domingo en Caracol, Blu y El Espectador, los Ardila en RCN y la República, Sarmiento en este diario o los Char en Olímpica. El problema es que a unos se les nota más que a otros, pero ese es otro tema.

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