Tengo la firme convicción que Dios no se levanta de mal genio un día y decide: “venga y le mandamos un huracán a San Andrés y Providencia” o “a los pobres de Lloró, Chocó, démosle una ola invernal bien tesa para que dejen de quejarse” y  más allá “a los de Yemen, Burkina Faso, Sudán del Sur y Nigeria una hambruna que los acabe de joder”. No. O por lo menos esa no es la idea que tengo de Dios.

Los ricos también se mueren, por supuesto, y les pasan cosas malas, obviamente, porque no se trata de que haya tragedias más trágicas que otras. Sin embargo, a los pobres del mundo en general y de Colombia en particular les pasan estas cosas, no porque sean pobres, sino tal vez son pobres porque les pasan estas cosas, y porque cada vez que estas cosas pasan los políticos de siempre, los aviones de toda la vida, los avivatos sempiternos o los hijueputas de ocasión, aprovechan el momento para llenarlos de promesas de reconstrucciones en cien días, de fotos maquilladas cargando ayudas encajadas, de puentes y de ríos, de salud y educación, promesas que ellos escuchan sin chistar, porque fueron las mismas que les hicieron a sus padres y también a sus abuelos, porque si algo se hereda en Colombia es la pobreza.

Dios no se levanta un día de mal genio a mandarle males a los pobres.

Y es que a los colombianos pobres podrán faltarles muchas cosas, pero lo que les sobra es dignidad. Saben y tienen claro que cuando cese el hedor, se seque el barro y los damnificados se rehagan, los buitres y los chulos alzarán sus alas para irse en búsqueda de una nueva tragedia. Y entonces volverán a estar solos, como siempre, como ayer, cuando se pudo prevenir una tragedia, como la semana pasada, cuando se dejaron engañar, como el año anterior cuando los despojaron de sus tierras. Solos con sus muertos y sus miserias, pero también solos con su decoro y su decencia.

Como siempre se levantarán del barro, se secarán los mocos, se sacudirán el polvo y mirarán hacia adelante, que es la única forma que aprendieron a mirar. Y entonces, juntarán miserias y levantarán entre todos sus casitas de bareque, sus techos de zinc y de madera, mientras sus niños barrigones juegan al fútbol con una pelota vieja y descosida. En un mes no faltará el arbolito de navidad, ni el sancocho en olla comunal, ni el guarapo de cáscara de piña.

A los colombianos pobres les faltan muchas cosas, pero lo que les sobra es dignidad.

No olvidarán a sus muertos, sin lágrimas, porque ya se les acabaron de tanto usarlas. La mamá encenderá una veladora a la fotico, que tal vez será la semilla para la próxima tragedia, y los hijos encontrarán la manera de rehacerse a cada día.

Nadie es pobre porque quiere ni porque se gaste la plata en pola o en morcilla. Son pobres porque las oportunidades están contadas y las posibilidades de que la vida los sorprenda con una de esas son muy pocas, porque al fin y al cabo Dios nos mira a todos por igual, pero a veces se le nota la miopía.

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