El mundo está lleno de fantoches y de bobos. Los unos y los otros se auto fagocitan día a día en las redes con sus likes y naderías. Por eso, en una época donde todos hacemos lo que nos da la gana, parece un contrasentido que exista eso que llaman influencers, una palabra marketera y vendedora que define a unos personajes que dicen y hacen tonterías y que divierten y entretienen a miles de personas. Pero no nos digamos mentiras: seguidores y fanáticos tenían Los Beatles, Maradona y Jesucristo. Los demás son unos mercachifles.
Aunque no sea para reírnos, somos un chiste, porque así estemos en una era donde los datos nos brotan de las licuadoras o los hornos microondas, donde incluso podemos decir que estamos mejor informados que formados, donde sabemos de todo y no sabemos de nada, los influenciadores arrasan en las redes, exhibiendo sus cuerpos y hablando fruslerías y minucias. De repeso, les pagan millonadas, que es en últimas el menor de los problemas, porque cada quien se gasta la plata en lo que quiere.
Los fantoches y los bobos se auto fagocitan sin descanso.
Vivimos presos de la imagen y la nada, de los likes y seguidores, necesitamos ser reconocidos y ser vistos como importantes para alguien, porque precisamos que nos quieran, que alguien nos dé palmaditas en la espalda, ya que nuestro corazón y nuestra alma son huecos negros que nadie llena ni repleta. Somos seres fragmentados, urgidos de sentirnos parte de algo, sin importar el cómo ni el por qué.
La banalidad se tomó nuestra existencia porque la puerilidad y la chabacanería han terminado por ser la esencia que nos mueve. Por eso, aparecen tipos que engañan a unos viejos con paletas de jabón o tipas que se divierten haciendo putifiestas o dañando una estación de TransMilenio. Hay gente que come mocos o salta de un puente sin ninguna protección. Allá ellos. El problema es que haya alguien a quien guste o interese. Por mí, pueden cogerse a cachetadas.
Necesitamos ser reconocidos y ser vistos como importantes para alguien.
Llegará el momento en que la nada nos aburra como forma de vivir, que lo trivial y lo fútil nos canse y nos moleste, que la frivolidad nos empalague como tres cucharadas soperas de arequipe Alpina. Tal vez en ese momento, estos tipos y estas tipas dejarán de hacer bobadas. O por lo menos, no habrá nadie que los mire.