Tal vez sea el tiempo del silencio, aunque afuera siga la estridencia. Estamos presos de los ruidos, de las voces y los ecos, porque a diario padecemos la imposición de tener que estar diciendo algo.

La pandemia no nos ha hecho ser mejores porque en la calle todo el mundo se disputa con fiereza y a los gritos su metro cuadrado, su cuartico de hora de fama, sus razones y sus miedos. Nadie regala nada porque en el fondo  creemos que el mundo nos debe algo. Mostramos los dientes, esbozamos las injurias, diseñamos las jugadas, inventamos las excusas e ingeniamos los trucos y las trampas y, por eso, nuestros días están llenos de tinieblas y adversarios, y tolerancia es apenas una palabra entre toldo y tolla.

A diario padecemos la imposición de tener que estar diciendo algo.

La vida es un batiburrillo donde todo se revuelve y por eso, la paz y la tranquilidad terminan siendo un bien suntuario. Todo es azare y turbación, ofuscación y ceguedad. Nos llenamos de frases sin sentido que suenan bonito, pero que no sirven para nada, porque todo sigue igual.

Ya ensayamos el grito y el bramido y no nos funcionó, salta a la vista. Los mequetrefes y los majaderos, los vivos y los bobos, los abusadores y podridos, los banales y triviales, todos, siguen haciendo de las suyas. Por eso, en medio de tanta tinta tonta, tal vez llegó el momento de quedarnos callados, que es otra forma de decir, porque el silencio suele ser el más potente de los ruidos y el mejor de los refugios. Y no es que se nos hayan acabado las razones para gruñir y berrear, sino que en medio de tanta barahúnda necesitamos un poco de paz para tomar aire y continuar, y que nada nos afecte aunque todo nos importe.

Los mequetrefes y los majaderos, los vivos y los bobos, los abusadores y podridos, los banales y triviales, todos, siguen haciendo de las suyas.

Mirarnos para adentro, despojarnos de la escoria y la inmundicia que cargamos, deshacernos de la poquedad de nuestros juicios, desarmar nuestras patrañas, desmontar nuestros miedos  y recelos, desmantelar nuestras argucias y embelecos, limpiar el alma, alimentar el espíritu con gula y desenfreno, orar si así obtenemos paz y vivir- o por lo menos intentarlo- sin joder a los demás.

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