Yo prefiero los horóscopos a aquellos que se las saben todas. Claramente no soy el único, porque los colombianos tenemos la absurda manía de intentar averiguar el futuro, saber qué nos deparará el mañana, porque nos gusta soñar y, de vez en cuando, tener una que otra eyaculación mental.
Nos encantan los horóscopos, que nos digan cómo nos va a ir en el amor, si nos vamos a ganar la lotería o si nuestra salud presentará alteraciones poco graves. Nos leemos la carta astral en busca de respuestas terrenales o para saber si ese trabajo que se asoma, nos conviene. Creemos en brujos y chamanes, en curas y pastores, hacemos amarres, ligaduras, ataduras, pócimas y menjurjes, hacemos novenitas, pagamos promesas y nos hacemos el tarot. Leemos el I Ching, la taza de chocolate, la mano, las cartas, el iris de los ojos, el cigarrillo y el almanaque Bristol. No todos son iguales, eso es claro- incluso parecería una blasfemia nombrar el mismo día la religión y la quiromancia- pero en el fondo, todos se basan en lo mismo: la fe, creer en lo que no se ve.
Algo va de un pitoniso a un sabiondo
Cuando pequeño, asistía a los grupos juveniles de la iglesia de mi barrio y me encantaba escribir las peticiones de los fieles en la misa, a las que todos contestaban “ te lo pedimos señor”. Luego, mi primer trabajo serio fue escribir el horóscopo en una revista de farándula. Mi cura de niñez y mi editor de ese entonces me dijeron, con sabiduría, palabras más, palabras menos: “escriba sobre cosas generales, nunca diga nada malo y piense con respeto en quien lo lee”. Con el tiempo aprendí, que a pesar de lo que digan los intelectuales y sabiondos, la fe, como el esoterismo y la adivinación, podrán no tener una base científica, pero sí tienen una gran raigambre cultural, lo que de alguna manera los valida como las palabras «haiga», «hicistes», “algotras” o «naiden» que no son válidas y “ajenas a la norma culta” como dice la RAE, pero que se escuchan a diario en TransMilenio.
‘Haiga’ o ‘Hicistes’ no son aceptadas por la RAE, pero se escuchan todos los días, lo que de alguna manera las valida.
Sin embargo, hay una norma para los amantes de estas tradiciones: Como con el sorbete de guanábana, sólo tome uno, porque corre el riesgo de atragantarse. Si un horóscopo chino dice lo contrario del Tarot, o si el I Ching lo contradice un brujo o una pitonisa, o si lo refuta una carta astral, o si alguno creyó que el jueves pasado se iba a acabar el mundo y acá seguimos, algo estamos haciendo mal o algo no funciona del todo bien, y tal vez sea porque estamos llenos de intérpretes del más allá, iluminados con pábilos titilantes, farsantes del futuro, embusteros de lo venidero, falsarios de lo ulterior y enredadores de lo subsiguiente. No hay que olvidar, nunca, que una cosa es Jesucristo y otra sus ejecutivos de cuenta y que algo va de la poesía a la astrología aunque ambos miren las estrellas. O por lo menos eso dice mi arcano.