La vida antes era más sencilla, sin duda. Los papás, aunque se equivocaran, eran un ejemplo, el chicharrón alimentaba, las paletas de agua no hacían daño y bastaba un chiflido para llamar a los amigos.
Hoy, las cosas son distintas, no mejores, ni peores, sino diferentes. Guy Debord, filósofo y cineasta francés, habló de la llamada “Sociedad del Espectáculo” como “la forma en que nos relacionamos a través de las imágenes que se construyen desde la comunicación y no de la experiencia viva, es la forma en que consumimos un menú de mercancías degradadas y aceptamos una construcción artificial y dirigida del sentido del mundo como si fuese nuestro medio natural. El espectáculo cumple en la sociedad de masas una función equivalente a la que cumplía la religión en las sociedades tradicionales o el arte en la formación del capitalismo. Su lógica consiste en hacer de la representación que muestra algo más real que la experiencia vivida, más real que nuestras propias necesidades, reduciendo al individuo a la condición de espectador pasivo en la política, en la producción y el consumo, en la aceptación del estado de cosas existente”.
Antes todo era más fácil: el chicharrón era fibra, las paletas de agua y el chiflido era el grito de batalla
Pareciera que hoy lo que no pase en las redes sociales, no existe y eso se lo han tomado muy a pecho nuestros gobernantes, porque aparte de torcidos y engañifas, son presuntuosos y bufones.
Dejémoslo claro: una cosa es comunicar lo que se hace – comunicación a la que incluso los ciudadanos de a pie tenemos derecho – y otra es gobernar, lo que significa estudiar, planear, ejecutar, monitorear, evaluar y, por supuesto, comunicar. Sin embargo, acá lo hacemos al contrario porque interesa más el bochinche y el jaleo, el bullicio y la algazara, el odio y la animadversión, la violencia y la intimidación. Por eso, nuestros políticos gobiernan a través de Twitter, Instagram o la tv.
Si bien Trump ha sido el campeón, desconocer lo que aquí pasa es no creer en el talento nacional. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tiene 7,8 millones de seguidores en Twitter, el de Brasil, Jair Bolsonaro, 6,6 millones de seguidores y el de Venezuela, Nicolás Maduro, tiene 3,8 millones de seguidores. A Duque lo siguen 2.1 millones de personas.
Trump ha sido el campeón, pero si por allá llueve, por acá no escampa.
En Colombia, Presidente, vicepresidenta, gobernadores, alcaldes y hasta ediles se dedican a alborotar el avispero, a decir y a exasperar, a echar cuentos, a tirar indirectas y a decir medias verdades, porque lo que ahí digan no tiene fuerza de ley, no tiene efectos vinculantes, no obliga, porque termina en el terreno de la opinión y una patrasiada no se le niega nadie y, en el peor de los casos, si se meten en problemas, siempre habrá un asesor al cual echarle la culpa.
Estamos mamados de lo insustancial de sus mandatos, de lo fatuo de su comportamiento, de lo banal de sus gobiernos, de lo pandito de sus obras, de lo insípido de sus posturas, de lo desabrido de sus opiniones. Los que votaron por ustedes están esperando que les cumplan, y los que no, que por lo menos tengan alguito de decoro.
Menos trinos y más carácter, menos likes y más trabajo, menos memes y más gobierno, menos selfies y más gerencia. Menos Tik tok y más vacunas, menos Maluma y más líderes sociales. No hagan más de lo que prometieron, pero por lo menos no nos metan cuentos, porque cuando no hay ni para pagar el plan de datos o el wifi, poco nos importan los youtubers. No pedimos más. Tampoco menos.
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