Los seres humanos nos pasamos la vida buscando explicaciones, porque lo que no sabemos o no entendemos nos talla como zapato nuevo de mala calidad.
La duda nos mata, la curiosidad nos envenena, la incertidumbre nos destroza, los dilemas nos desgarran y la vacilación nos estropea. Por eso, todo lo queremos saber, todo lo queremos entender, todo lo queremos dominar y lo que no podemos, se lo dejamos a los dioses, que no son más que explicaciones más allá de la razón, creaciones subjetivas, universos paralelos, que nos dan seguridad y en eso, cada quien es libre de decidir la velocidad de su jabón. Yo, por ejemplo, soy de esos católicos promedio que pide y ora cuando el avión se está cayendo, pero eso no me impide aceptar y respetar lo que creen los demás.
Todo lo queremos saber, todo lo queremos entender, todo lo queremos dominar y lo que no podemos, se lo dejamos a los dioses.
Nos hemos llenado de dioses y deidades, a los que colmamos de peticiones y virtudes, de ruegos y plegarias, de jaculatorias y de encargos que nos den tranquilidad. Es eso que llaman fe, tan de moda en estos días. Sin embargo, no podemos olvidar que los dioses son los dioses, pero las religiones son apenas clubs de fans y los curas y pastores, animadores de púlpito e incienso.
En medio de la euforia colectiva, hay quien cree que su dios es el único que merece ser escrito con mayúscula inicial y que los demás, los otros, deben, por obligación, someterse a sus creencias, como si la moral fuera un convenio o un contrato, o la fe se decretara por tumulto. Así queramos dios no es un concepto universal y mucho menos Dios.
Hay quien cree que su dios es el único que merece ser escrito con mayúscula inicial
En Colombia, por ejemplo, un día decidimos que éramos católicos, apostólicos y de repeso, romanos y en su nombre, cometimos tropelías y desastres. Otro día, corrimos un poco la cortina y entendimos que nadie podía ser discriminado por su credo. Y ahí vamos, a los botes y a los golpes, porque algo va de lo escrito a lo que sucede en la vida cotidiana.
Y ni hablar de los mesías, seres terrenales ungidos de rayos celestiales, a quienes los demás les cargamos el engorroso encargo de salvarnos. En la religión, en la política, en el deporte, pululan por doquier: Jesucristo, Mahoma, Buda y otros menos presentables, como, Hitler, Mussolini, Pinochet, Uribe, David Koresh, Jim Jones, Charles Mason, Chávez, Trump, Kim Jong-un, Carlos Antonio Vélez, las Kardashian o el mismísimo, Diego Maradona.
En resumen, como los perros, cada quien escoge sus pulgas sin importar su pedigree. Dioses o mesías, deidades o embaucadores de ocasión, al final, todos tenemos la libertad de creer lo que queramos, sin necesidad de estar mirando dónde se arrodillan los demás.
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