Por: Mayra Luna Uribe Twitter: @MayraLuna1
Recuerdo que cuando era pequeña muchas personas se extrañaban un poco cuando mi abuelo me llevaba los domingos a la catedral de Quibdó. Las diferencias saltaban a la vista, yo salí a mi abuela, mi tono de piel es bastante negro y mi abuelo, por su parte, era paisa, de ojos verdes y además de apellido Uribe, como para que no quedaran dudas de su procedencia.
Para mí siempre fue natural tener un abuelo paisa, crecí con él, me reía con él, cuando estaba en la escuela siempre me llevaba en su taxi, en el colegio también lo hacía e incluso teníamos una especie de ruta en la que recogíamos a las amiguitas que vivían cerca. Un día, simplemente me di en la cabeza y me pregunté: ¿Cómo fue que mi abuelo conoció a mi abuela si él es paisa y mi abuela es del Chocó?, y le lancé el dardo.
─Abuelo, ¿usted cómo conoció a mi abuela?
─(suspiró) Negrita, esa historia es curiosa, usted sabe que yo fui sargento de la Policía en Medellín, un día hicieron algunos traslados y nos dividieron por grupos, yo me subí al bus que me correspondía, cuando llegamos al destino final, empezaron a llamar a lista y el sargento Uribe no aparecía por ningún lado, fui a preguntar por qué no aparecía en las listas y me dieron la noticia de que me había montado en el bus equivocado y que estaba en el Chocó y no en Córdoba como se tenía planeado para mí. Me preguntaron que si me quería devolver con la advertencia de que en el Chocó no había luz en las noches (como quien ratifica que en efecto el Chocó es un castigo terrenal y ofrece además la posibilidad de liberación al devolverse), yo le respondí que NO, que yo me quedaba ahí. No porque conociera el valor del Chocó, sino porque no me iba a mamar ese viaje de nuevo en bus y con las carreteras destapadas.
Y así fue como se conocieron Inocencia Lemos de Uribe, quien en ese entonces era maestra, y el sargento Uribe, mis abuelos. Gracias a esa pequeña equivocación que hoy por hoy puede ser “castigo” para algunos, mi abuelo fue feliz el resto de su vida. Mis abuelos tuvieron cuatro hijos: Niza Stella Uribe Lemos, Maria Brenilde Uribe Lemos (Mi mamá), Martha Yolima Uribe Lemos y Luis Carlos Uribe Lemos. Mi abuelo nunca jamás volvió a vivir en Medellín.
Años después le dio cáncer en la vejiga y padeció los momentos más difíciles de su enfermedad en la ciudad que lo vio nacer, Medellín. Recuerdo que todos los días nos decía que se quería ir para su casa, para Quibdó, para el Chocó. Como si el cáncer no fuera ya suficiente castigo, él era masoquista a los ojos de algunos y además quería estar en su hogar adoptivo. Murió en Medellín, fue enterrado en el Chocó y estoy segura de que los años más felices de su vida comenzaron en el preciso momento en que por equivocación tomó el bus que lo llevaba a ese PARAÍSO TERRENAL.
No cabe duda de que el mayor peligro que se corre si lo mandan al Chocó es que quiera quedarse para siempre.