Es domingo y son las 4 de la tarde. Desde que me acerco a la puerta de Lucky’s Tattoo Parlour escucho el característico sonido de la máquina de tatuar. Ese sonido que en cuanto lo escuchas te recuerda de una u otra forma esa sensación que se siente cuando uno se tatúa. Algo similar a cuando uno va al odontólogo.
Inicios y evolución
Al fondo del estudio, está Jhon Jairo Rodríguez y todavía me sorprende que esté tatuando un domingo y en especial un domingo de un fin de semana con festivo, pues no son muchos los tatuadores que conozco que trabajen los domingos. Es la primera vez que lo veo desde que se fue a vivir a Estados Unidos -hace dos años- y la segunda vez que lo veo desde que empezó a trabajar en Lucky´s. Siempre me atendió con la misma amabilidad.
– ¿Hace cuánto tatúa y cómo empezó?
– Hace 20 años, casi 21 y empecé por una novia. Yo me tatué porque ella se tatuó, responde Jhon.
Entonces se totea de la risa. Todos los que estamos en ese momento en el local nos reimos. Luego continúa la historia y cuenta que en ese momento le pareció chevére lo que vio en la persona que lo estaba tatuando. «El man, tenía una moto y hablaba con chicas por teléfono y me pareció una chimba eso. Me pareció que esa era la vida que yo quería tener, aunque nunca tuve moto ni chicas».
El Mono, como le dicen la mayoría de personas, vuelve a reírse. Y puede que no tenga moto, pero ahora está casado y vive en Estados Unidos. Y tal vez tampoco nunca se lo imaginó, pero al hablar de la historia del tatuaje en Bogotá, implica hablar de él y The Zone Colors, local que creó al norte de Bogotá y que sin duda es un referente del tatuaje en nuestra ciudad.
Pero para llegar a lo que es hoy, el camino no fue fácil. En esa época eran pocos los tatuadores que había, por ahí unos 5 y ninguno de ellos tenía la disposición de enseñarle a los demás, me explica mientras trabaja en las líneas y sombras de un tatuaje. «Tuve que aprender solo. Viajé por Brasil, que fue donde realmente vi al tatuaje de otra manera y dónde más aprendí. También estudié ilustración y fui a la Escuela Nacional de Caricatura«, añade.
-¿Cómo está Bogotá frente a otras ciudades del mundo a nivel de tatuajes?
– Técnicamente y a nivel general está muy bien. Es casi lo mismo que en otras partes del mundo. Pero a nivel de industria si está un poco más atrasado, afirma y limpia el brazo del cliente que está tatuando.
Jhon afirma que en Bogotá y en Colombia en general, no hay legislaciones o una reglamentación clara, por lo que casi cualquier persona puede abrir su local de tatuajes y no pasa nada. Mientras que en Estados Unidos, es más difícil porque es una industria con mayor trayectoria lo que hace que existan más reglas y parámetros para asegurar que solo la persona que cumpla con todos los requisitos, pueda abrir su local.
– ¿Y en cuanto a los clientes?-, pregunto.
– La mayor diferencia es que tienen más dinero-, vuelve a reírse. Allá nunca preguntan cuánto cuesta un tatuaje, simplemente van y se lo hacen y después pagan. Nada de regateos.
La experiencia en Estados Unidos
Cuando llegó a Estados Unidos, en el 2012, se instaló en Vermont y aunque el idioma no fue una barrera, si lo fue la cultura y las estaciones. «Llegué muy al norte y allá las personas no saludaban. Al principio creí que era algo contra mí, pero después entendí que ellos son así. Yo igual no cambié y saludaba a las personas con un abrazo o un beso como hacemos aquí«.
Después de año y medio, Jhon empezó a trabajar en Into The Woods, un local en el cual ya había trabajado como invitado y en el que ahora lleva seis meses en los que la ha tocado posicionar su nombre nuevamente. Explica que sin importar qué tan bueno sea el artista, cuando se va a una ciudad nueva es como si fuera un tatuador que hasta ahora empieza. Hay que volver a construir una clientela a base de buen trabajo y es algo que puede tardar meses e inclusive años.
«Por ejemplo, aquí en Bogotá yo ya me hice un nombre, explica. Y yo trabajaba de domingo a domingo (como lo está haciendo está semana en la que vino a visitar a sus papás), pero allá solo trabajo 4 días y de esos, solo tatuo 3″.
Esto era algo que le preocupaba al principio, porque creía que de esa forma su nivel podía bajar, pero después se dio cuenta que era una oportunidad para aprender más, buscar nuevas cosas y crecer como profesional.
A este punto, dejo de hacer la entrevista y simplemente me detengo a escuchar una conversación entre él y Diana Leets, también tatuadora de Lucky’s. Ella siente que si no está tatuando todos los días no va alcanzar a pagar las cosas que debe pagar y por otro lado, siente que pierde nivel.
Pero una de las cosas que aprendió el Mono es todo lo contrario. Él decía que por ejemplo tener varias citas a futuro, se percibe como algo bueno dentro de los clientes, además se hacen mejores trabajos porque se tiene el tiempo suficiente para prepararlos sin estar corriendo, se crece más como artista, se maltrata menos el cuerpo y al final todo se traduce en cobrar mejor.
Ahora, con toda su experiencia, conocimiento y calidad, Jhon se toma las cosas con mayor calma, se estresa menos y aprende de cada experiencia. Sabe que aunque esté viviendo en Estados Unidos, en Bogotá siempre tendrá a su clientela que aprovechará cada oportunidad para tatuarse con él.
Blog original: http://tatuajesyperiodismo.com/