– ¿Quiénes tienen tatuajes?- preguntó una persona.
– Yo. Yo. Yo. Yo… respondimos cuatro personas de las seis que estábamos.
– Yo creo que ahora los «diferentes» son los que no tienen tatuajes. Todos tenemos tatuajes y ahora somos «iguales». De hecho, a mí ya no me gustan mis tatuajes, dijo una de las niñas tatuadas que estaban ahí.
Y mientras lo decía, solo miraba sus tatuajes: un perro caliente hecho por ella misma en uno de sus muslos, un corazón hecho por ella misma en una de sus caderas, unas letras hechas con tinta china en uno de sus tobillos. Después miro los de su novio y tienen una mata de marihuana, una caña de pescar, la cara de su amigo. Todos bastante mal hecho y pienso «con razón no te gustan tus tatuajes». Si fueran míos, tampoco me gustarían.
Todo esto pasó en Buenos Aires y mientras más personas conocía o veía en la calle, más tatuajes encontraba. Sí, más tatuajes que los que puedo ver en Bogotá un día cualquiera en una calle cualquiera. Parece que allá los aceptan más, hay menos tabús al respecto, pero también es evidente que son más feos, de peor calidad.
Y me atrevo a decirlo sin conocer muchos estudios de la capital argentina, pero lo hago según lo que veo en la calle: las lineas no son finas, los colores tampoco se ven nítidos y los diseños no son originales. Muchos tribales y letras árabes o chinas como si todavía fuera 1990 cuando esos tatuajes estaban de moda.
Entonces a ella y al resto de argentinos que vi con tatuajes les digo «no más tatuajes, por favor. No más tatuajes feos y mal hechos, por favor».
Blog Original: Tatuajes Y Periodismo