El pasado jueves, después de llegar a Inglaterra tras una derrota 2-1 contra el Sevilla FC por la Champions League, Claudio Ranieri fue notificado de su destitución como técnico del Leicester City FC. Aunque las causas de su despido no son completamente claras, los directivos destacaron su insatisfacción frente a la posición que el equipo ocupaba a la fecha (puestos de descenso) y el pésimo inicio (6 partidos sin victorias por liga) del 2017. Pero independientemente de esta situación, el técnico italiano ha dejado una marca en la historia al ganar la Premier League la temporada pasada con este equipo, que cuando lo contrató luchaba por no descender.

Lamentablemente, el fútbol depende de ser negocio para ser viable como entretenimiento. Detrás de lo bonito que representa el juego como tal hay un mundo mucho más gris de números y contratos que nadie puede ignorar. Fichajes descomunales como el de Neymar Jr. por el Barcelona (que hoy en día nadie sabe cuánto terminó costando), Gareth Bale por el Real Madrid y Paul Pogba por el Manchester United (ambos situados entre 100 y 200 millones de euros) habían creado la idea de que para ganar tocaba tener, no necesariamente al mejor, sino al más caro. El Leicester City demostró que, si bien se necesita dinero, el partido se gana en el campo y, con un poco más que suerte, una serie de victorias pueden conducir al campeonato.

Como dije, al inicio de la temporada pasada, cuando Ranieri llegó al club, el equipo tenía el objetivo de mantener la categoría (que casi habían perdido en la temporada 14-15) y tenía uno de los ingresos más pequeños entre los clubes de la liga inglesa. Eso no significa que estuviera en una situación económica crítica ni algo parecido, pero lejos estaba el Leicester de tener el poder adquisitivo de equipos como el Manchester City, Manchester United o Chelsea FC. Era un equipo relativamente pobre en comparación con sus rivales de liga, y sin embargo iba a ganar la liga ¿cómo?

El técnico italiano, fiel a su estilo de juego, plantó un esquema 4-4-2 basado en la buena defensa y en el contrataque. La mayoría de los goles del Leicester se basaban en tres fases que, juntas, no tomaban más de 10 segundos en ejecutarse: recuperación, pase al delantero y definición. El equipo armaba un muro de dos líneas de cuatro jugadores y dejaba a dos delanteros (Vardy y Okazaki, casi siempre) preparados para contragolpear. El equipo esperaba el error del rival y, al recuperar, mandaba un pase largo a uno de los dos delanteros que terminaba definiendo la jugada y convirtiendo el gol. Es un esquema que cualquier equipo podría haber usado. Pero el secreto, según Ranieri, más que tener el mejor jugador del mundo en cancha, siempre fue tener disciplina, espíritu y, sobre todo, planear cada partido como si fuera el definitivo. Fue así como derrotó al Chelsea de Eden Hazard, al City de Kun Agüero y al Tottenham Hotspur de Harry Kane.

Es una lástima ver cómo el presente supera al pasado, pues en el fútbol la memoria es no da resultados. La destitución de Ranieri, en mi opinión, otorga más prestigio a su hazaña de la temporada pasada, porque es una demostración de lo difícil que es la Premier League y lo fácil que es perder el hilo, incluso cuando ya todo parece controlado. Que el fútbol depende del dinero, es un punto de vista difícil de controvertir. Pero el actual campeón de Inglaterra, como excepción que confirma la regla, nos recordó a los hinchas del fútbol que, de vez en cuando, este deporte nos da sorpresas legendarias. Esa es la lección de Ranieri.