Varias deben ser las razones por las que el FC Barcelona está teniendo una temporada tan irregular. Algunos relevos, como Jérémy Mathieu y André Gomes, no han estado a la altura en momentos cruciales. Además, Luis Enrique parece no tener más ideas innovadoras. Después de todo, cumplir con las exigencias de este club no es tarea fácil. Pero quizás lo más triste e influyente de la situación es la mala forma de Andrés Iniesta.
El jugador del que estoy hablando es y será siempre una referencia de buen fútbol. Pocas personas han conquistado la pelota como este manchego. Andrés tejió redes de pases y paredes con sus compañeros a gran velocidad, pero sin perder elegancia. Envió pelotas largas hermosas, de esas que atraviesan a todo un equipo rival sin que nadie las pueda tocar y aterrizan justo en el pie que mejor maneja el compañero. Cedió de taco como si tuviera un ojo en la espalda. Convirtió goles importantes, decorativos, bonitos, obras de arte. Ganó el Mundial una vez, la Champions cuatro, la Eurocopa dos y decenas de trofeos más. El de Fuentealbilla hizo de todo e incluso mereció un Balón de Oro, una deuda que avergonzará siempre al mundo del fútbol.
Pero el martes ante la Juventus, Iniesta entregó mal los pases, reventó la pelota en lugares en los que solía no hacerlo, llegó tarde a recuperar el balón e incluso falló una ocasión (sin quitarle méritos a Gianluigi Buffon) clara cuando su equipo más necesitaba el gol. Esta situación no es aislada. El capitán del equipo culé lleva toda le temporada turnándose de disfraz: un día es héroe y al otro villano. En varios partidos en los que fue titular (la derrota contra el Paris Saint Germain por Champions y el empate contra el Villareal por Liga), así como en los que ingresó (el empate contra el Real Madrid y las derrotas contra el Deportivo la Coruña y el Málaga) el mediapunta fue impreciso y erró en casi todas sus decisiones. Su apodo de ‘fantasma’ le queda hoy mejor por su presencia en el campo que por su color de piel.
Lo que más preocupa en este tema es que Iniesta es la columna vertebral del Barcelona. Sin él, o alguien que lo remplace, la estrategia del equipo es menos efectiva en ataque y más desequilibrada en defensa. André Gomes no ha sabido administrar este lugar y los culés, aunque siguen manejando el balón, caen en un movimiento perpetuo de pases sin sentido alguno. En estos últimos partidos (incluida la remontada contra el PSG), más ha pesado el esfuerzo y la fe de los jugadores, así como sus destrezas individuales, que el juego del equipo. Solo en la primera parte del partido contra el Sevilla FC en el Camp Nou pudimos ver una táctica que funcionara. Ese día fue como un momento lúcido de un viejo con alzheimer: bonito mientras dura, pero irreal a la situación.
No sé si el Barcelona, con este Iniesta, logre otra remontada. La Juventus es un rival más difícil que el PSG y haría falta que muchos más astros se alinearan. Tal vez otro tropiezo del Real Madrid les sirva para hacerse con la Liga, pero lo más probable es que la Copa del Rey, si es que el Alavés no lo impide, sea la única copa ganada por el conjunto catalán este año. Eso sí, la situación del equipo es consecuencia de que estamos viendo arriar otro estandarte de la generación Guardiola y, a diferencia de lo que pasó con Carles Puyol, Xavi Hernández y Víctor Valdés, no hay todavía un remplazo que lo cubra. Posiblemente sea irremplazable: esa sería su gloria, pero hoy, mientras aún juega, el que él no pueda ser el de antes, es su drama.