Argentina tropezó y dejó que Venezuela le robara unos puntos cruciales para su clasificación. ¿Qué pasó y cómo se puede arreglar?
El empate entre Argentina y Venezuela este martes dejó a la albiceleste en una incómoda situación en la tabla. Ocupa el quinto puesto, por debajo de Perú (su próximo rival) y tiene la presión de carecer de margen para fallar más. La situación no es fácil: una derrota ante Perú o una ante Ecuador sería suficiente para que Argentina no dependiera de sí misma y un empate podría obligarla a hacer una escala en Nueva Zelanda, la selección con la que tendría que definir, vía repechaje, el último cupo al mundial Rusia 2018. El seleccionador Jorge Sampaoli, que asumió hace pocos meses, está obligado a revisar varios aspectos para que Lionel Messi pueda ir al Mundial. Eso sí, todo parece indicar que el tema no es de piernas, sino de cabeza.
A diferencia de los últimos dos procesos (Gerardo Martino y Edgardo Bauza), el problema de la Selección Argentina no es táctico. Los albicelestes tuvieron 21 oportunidades de marcar ante Venezuela, de las cuales 6 chocaron con un providencial arquero vinotinto, el joven Wilker Faríñez, quien evitó que el buen primer tiempo gaucho terminara en goleada. El buen desempeño en la generación de juego fue consecuencia de un buen planteamiento táctico de Sampaoli. Fiel a su estilo, el estratega jugó con tres defensas, tres delanteros, dos extremos pegados a la banda y dos medios ubicados para trasladar la pelota de un extremo a otro. Con presión alta, el trabajo del equipo siempre fue recuperar, buscar un espacio por la banda con los extremos y rematar la jugada con un centro a los cerca de 6 argentinos que se ubicaban en el área. En términos de estrategia, la propuesta de ataque era efectiva.
Entonces ¿qué pasó? ¿Por qué no entró? La mala suerte y el afán fueron los culpables. Argentina cometió el pecado de pensar en el segundo gol antes del primero y jugó desde el minuto 1 como si le quedaran 10 segundos al partido. Los jugadores se precipitaron demasiado, quisieron fusilar y no pensaron con cabeza fría. Todo eso se tradujo en malas decisiones y en centros poco precisos que, o no encontraron a los delanteros, o no les dieron ni el tiempo ni el espacio para pensar en la definición.
Durante el descanso en los vestuarios, Venezuela arregló su esquema y, aunque Argentina ganó tiempo para pensar, apareció la angustia. El partido acabó en ese momento. El segundo tiempo fue la definición del ataque de pánico colectivo, avivado por el gol en contra y apenas apaciguado por una genialidad de Marcos Acuña y el autogol venezolano, que anestesió por un momento la impaciencia del estadio Monumental. Al final, Messi parecía intentarlo todo contra el mundo. Sacó lo mejor de él, dio pases imposibles, dejó atrás a media Venezuela y luchó como nunca, pero el fútbol es de 11 contra 11, y el mejor jugador del mundo no pudo solo. La hinchada lo reconoció al final y detuvo el silbido unánime hacia su equipo para alabar al capitán.
Eso no puede volver a pasarle a Argentina si pretende jugar el Mundial (sobre todo si pretende competir por él). El equipo tiene el peso de 6 finales perdidas en los últimos 20 años, de un Mundial que se perdió en una jugada de desatención y del miedo de dejar pasar la ‘Era Messi’ sin conseguir un título. La albiceleste sufre del mismo síntoma de aquel club grande que se juega el descenso. No ayuda la inestabilidad de la Federación ni el cambio perpetuo de procesos (tres entrenadores en una sola eliminatoria). Pero no hay tiempo para más lamentos: las frustraciones deben quedar atrás. Es hora de resolver el lío.
Aparte de estudiar al rival y de escoger al equipo, Sampaoli tiene que mejorar la energía de los suyos y devolverles la confianza. Debe convertir esos sentimientos de amor a la camiseta en una fortaleza y superar con ello los miedos. Los periodistas argentinos dicen que el estratega quiere jugar en La Bombonera contra los peruanos. Es una buena idea, pues ese estadio es una caldera para el enemigo de la hinchada. Eso sí, debe asegurarse de que sus jugadores salgan listos en lo táctico y en lo mental para que, a medida que transcurra el partido, no se conviertan ellos en ese enemigo. En manos de Sampaoli está la posibilidad de ver a un grande como Leo en lo que puede ser su último mundial. Sería una tristeza que no lo consiguiera, pero es un riesgo cada vez más real.