Ninguno de los dos equipos pasa por un gran momento, pero las razones son completamente diferentes.
Aunque el Papa Francisco piense diferente, el partido más importante del fútbol colombiano no es entre el América de Cali y Atlético Nacional, sino entre este último y Millonarios FC. Por varios años, el conjunto paisa ha dominado en su estadio. Desde 2011, los embajadores no conocen la victoria contra Nacional en Medellín y desde 2012 no ven un resultado diferente a la derrota. Este fin de semana no fue la excepción, pero el partido fue igualado, contrario a lo que venía sucediendo en el Atanasio Girardot. Ahora, eso se debe más a que Nacional ya no es aquel equipo finalista de Suramérica de 2016. Más allá de una leve mejoría de los embajadores desde que llegó Miguel Russo, el nivel de los conjuntos que jugaron el clásico no es el mejor.
Ambos sufren de la misma enfermedad, pero por síntomas diferentes. Nacional, aunque ha perdido a su goleador de la temporada pasada y a varias figuras, sigue contando con un equipo que podría salir campeón del torneo sin muchos problemas. Daniel Bocanegra (hombre de Selección), Macnelly Torres, Aldo Ramírez, Edwin Valencia, Gorka Elustondo, Dayro Moreno y Franco Armani son algunos de los jugadores que forman la plantilla paisa. A pesar de eso, antes del partido, Juan Manuel Lillo solo había podido ubicarse con ellos en un cuarto puesto. Eso no es grave en un torneo en el que el octavo puede ganar si luego llega a la final, pero una plantilla de ese nombre debería tener mayor eficacia y mejor juego.
En todo caso están por encima de su rival, Millonarios, que se ubica décimo en la tabla y tampoco goza de la mejor salud. Eso sí, mientras que a Nacional le falta un planteamiento que explote a sus jugadores, Millonarios carece de jugadores que exploten el planteamiento táctico. Los embajadores llevan años de inestabilidad deportiva e institucional, pero desde la llegada de Russo parece que por fin hay un proyecto. El semestre pasado hizo un buen torneo, le plantó cara a Nacional, que al final le ganó por nómina. No es que Millonarios tenga una plantilla de segunda división, pero le hace falta más figuras. No hay goleador, pues sus delanteros marcan cada tres partidos y no le pisan ni los talones a jugadores como Wilson Morelo, Dayro y Yimmi Chará. Además de eso falta un armador, figura clave en las tácticas de la escuela argentina de la que sale Russo y que tanto ha pedido él. El embajador, por ahora, parece estar sobre revolucionando el talento que tiene, chocando contra el techo de sus capacidades ante la imposibilidad de mejorar sin más fichajes.
En ambos casos, los síntomas llevan a un mismo resultado. Partidos no concretados, goles en contra nacidos de errores colegiales y una constante dependencia en la suerte o en el talento individual. Aunque hay entre ellos varios puestos en la tabla, solo 6 puntos los separan. Nacional tiene tres goles más que Millonarios y ha recibido tres menos, lo que se ha traducido en tres victorias más con un partido menos. Aunque los verdes siguen arriba, como ha sido tendencia, ya no es la diferencia abismal de otros años, lo que impulsa a los seguidores verdolagas al pesimismo. En todo caso, eso no tranquiliza al embajador que, preocupado por su juego, tampoco ve los partidos con aires favorables.
Esa es la situación que envolvió el clásico colombiano de este fin de semana. A grandes rasgos, se puede entender como un enfrentamiento entre un conjunto que viene de arriba, de la gloria, contra otro que busca recuperar años dorados. En eso puede ser más optimista el hincha azul, pues (aunque haya perdido) todo invita a creer que se encuentra en esta situación como parte de un progreso lento y que dará frutos eventualmente, siempre y cuando mejore su plantilla. Los paisas, en cambio, deben preocuparse más. El proyecto de Lillo no invita a creer. Ganan jugando mal y pierden jugando bien. La plantilla que tienen cobra mucho para lo poco que rinde y hay un aire de fin de ciclo. En todo caso, Nacional por ahora sigue arriba en los números y puede todavía dar vuelta y coger buen camino.