El partido no fue una tragedia, pero hace falta reflexionar para evitar que algo parecido suceda en Perú.
Solo un final tan desastroso podía arruinar el golazo de Radamel Falcao García. Lo que parecía una fiesta de fin de año terminó en guayabo de velorio. Cuesta recordar el partido, los goles de Paraguay y la cara de incredulidad de José Pékerman cuando se acabó el encuentro. Con mucho esfuerzo se puede reconstruir la escena. Fue más o menos así: el ‘Tigre’ anotó un golazo en el minuto 79 a pase de Yimmi Chará, Ecuador empató en Chile y Colombia estaba doblemente asegurada para el Mundial de Rusia. Hasta ahí todo euforia, alegría y mucho “Sí, sí, Colombia, sí, sí, Caribe…”. Pero, como si de magia negra del cono sur se tratara, Chile anotó, Paraguay empató tras una mala salida del arquero David Ospina, los delanteros colombianos se volvieron fantasmas para Santiago Arias y Frank Fabra y, por último, Ospina dio el segundo rebote de la noche y sentenció la derrota cafetera con otro gol paraguayo.
Toda una tragedia nacional, o eso dirán algunos corazones tricolores rotos. La cosa, como de costumbre, no está tan mal como parece, aunque está lejos de ser tan buena como lo era en el minuto 79, o incluso en 86, cuando Colombia seguía 1-0 arriba. A pesar del desperdicio del jueves, la selección todavía depende de sí misma para ir a Rusia. Para lograrlo, es necesario repasar las lecciones que dejó el partido.
La primera es que, por lo menos en Suramérica, nadie tiene la clasificación al Mundial dentro del bolsillo hasta que compra el tiquete. Ver a todos (menos Uruguay y Brasil) en peor situación que Colombia relajó a los jugadores. La mayoría pensó en el partido contra Paraguay como un trámite necesario pero sencillo, como si jugar al fútbol fuera así y nadie preguntó qué pasaba si ganaba el visitante en el Metropolitano. Claro, hubo cálculos, pero siempre dando a Colombia como ganadora del cotejo o, en el peor de los casos, con un punto producto de un empate.
Los jugadores salieron al campo alejados de esa actitud, pero la compraron una vez llegó el gol de Falcao y el estadio entonó cantos de una victoria que aún no había llegado. Se creyeron el cuento, bajaron la guardia y, al esperar la clasificación por inercia, se encontraron con un seleccionado paraguayo guerrero, que los charrúas siempre lo han sido. Los dos goles visitantes, horribles rebotes del destino más malvado, fueron consecuencia de desatenciones de amateur. Por eso, lo primero a aprender es que, en esta competición, nada se recibe por adelantado.
Lo segundo a rescatar después del puñetazo futbolístico recibido es que, cuando a un equipo le voltean un partido en menos de cuatro minutos con dos goles de rebote en el área, el técnico no tiene casi responsabilidad. Pékerman hizo su trabajo. Sacó al campo una titular equilibrada para dominar, pero sobre todo para tener paciencia (esa que tanto nos ha hecho sufrir esta eliminatoria cuando ha faltado). Metió en el segundo tiempo a Teófilo Gutiérrez y a Chará para darle espacio a Falcao y, gracias a eso, a que Chará le puso el primer balón limpio en todo el encuentro, ‘El Tigre’ anotó. Cambió a Abel Aguilar por Wilmar Barrios para refrescar la marca y cerrar el partido y buscó la calma, que no llegó. Los jugadores, vale la pena decirlo, le fallaron a un técnico que hizo un gran partido táctico. No se le puede recriminar nada al profe, pues solo le faltó vestirse de corto y entrar a defender las últimas jugadas. Daba tristeza ver su mirada al final del partido.
Así es el fútbol. Esa frase es la que se repite un hincha siempre que sucede una remontada tan absurda, pero no por eso deja de ser cierta. Entonces, para aquel que todavía no lo sepa: así es el fútbol. La Selección debe meditarlo en modo de autocrítica, pues la obligación de los futbolistas es evitar que los caprichos del fútbol decidan por ellos. Pero el hincha, para quien va la última lección, debe entender que esto es así en este deporte y que no solo pasa acá. Esto no pasó porque “somos así”, ni porque siempre “es la misma vaina con Colombia”. Esas frases de víctimas no caben, pues conjuntos con más historia, como Holanda o Brasil han sufrido peores frustraciones. La Selección perdió un partido que debería haber asegurado mejor, pero ha hecho una eliminatoria razonablemente buena y este es solo un recordatorio de la magnitud del trabajo. Por tercera vez: así es el fútbol.
Y así es la vida, esa que continúa. Colombia sigue dependiendo de ella misma. El tiquete que le quitaron en Barranquilla se encuentra disponible en Lima, pero es necesario derrotar a Perú, pues un empate nos pone a depender de otros. No hace falta salir gritando a la calle que todo se fue al carajo y que David Ospina (que otras veces ha sido héroe) debe irse. Basta con aprender que la emoción no le puede ganar a la cabeza cuando quedan minutos por jugar, que Colombia debe ir a Lima a jugar los 90 (y más) minutos con seriedad; no sólo 10, ni siquiera sólo 85. Con ese espíritu, con un poco de suerte (siempre necesaria en el fútbol) y con la decisión de los jugadores de crecerse ante la adversidad, lo del jueves contra Paraguay pasará a ser una lección y no una tragedia.