A nadie parecía importarle hasta ahora, cuando el América podría caer de división por segunda vez, pero el sistema de descenso necesita un cambio.

Es entendible que la Dimayor divida el torneo en dos semestres, con cuadrangulares finales o eliminatoria de ida y vuelta (a estas alturas no sé cuál aplica este año de lo mucho que cambia el formato) y que use un sistema de reclasificación anual para escoger a los representantes en torneos internacionales. Lo que sigue enloqueciendo a la gente es la tabla de promedios de descenso, que es innecesaria, compleja y contraproducente. Cuando debería ayudar a mantener el nivel de la competición, este sistema parece más un juego de póker, en el que solo la suerte define el destino de los clubes.

O bueno, así́ es para los que apenas suben de categoría. Tras un esfuerzo gigante por ascender y conseguir un puesto en primera división, reciben los promedios de los descendidos. En otras palabras, después de cumplir la hazaña y subir, deben cargar con los platos rotos de campañas malas ajenas. Por culpa de eso, para mantenerse en la primera división, el recién ascendido debe, no solo acostumbrarse a un torneo de mayor nivel, sino, además, hacer una campaña excelente para contrarrestar el pasado que heredó de otros. Por eso siempre bajan los mismos: el sistema les exige, como mínimo, estar entre los ocho primeros durante ambos semestres para estar seguros y mantener una racha de equipo grande hasta que se borren las campañas ajenas del promedio tres años después. Así no es posible que los equipos pequeños triunfen.

El sistema tendría más coherencia si bajaran los dos peores equipos de la reclasificación. Si la tabla de puntos totales anual se usa para otorgar cupos a torneos internacionales, dando un premio a la regularidad, ¿por qué no usarla para castigar la irregularidad con el descenso? Así, los dos peores equipos del año descienden al final de temporada, todos nos ahorramos la calculadora de promedios y no premiamos la vagancia de algunos clubes que, viviendo de las temporadas pasadas, se dan el lujo de vender jugadores, ganar un poco de dinero, y quedar al año siguiente en puestos muy bajos en esa tabla de reclasificación.

Por culpa del sistema actual, América y Tigre se encuentran a las puertas de la B a pesar de haber hecho campañas decentes. La Mechita fue semifinalista el semestre pasado, va octavo en éste y va sexto en la reclasificación. Tigres, el más humilde de los humildes, no le ha ido del todo mal. Aunque quedó décimo octavo en el primer semestre, logró revertir la situación y en éste va noveno y logrando el décimo cuarto en la reclasificación. Los dos equipos todavía tienen la oportunidad de clasificar dentro de los ocho mejores y, si la suerte y la ironía participan, uno de ellos podría ganar la liga.

Si no existiera la tabla de promedios, la gente hablaría de cómo el América está en puestos de Sudamericana y de cómo Tigre ha hecho un mejor año que Once Caldas, Atlético Huila, Cortuluá, Rionegro Águilas y Envigado. Si el formato de descenso fuera por la reclasificación, estos dos últimos serían los candidatos a descender, pues son los coleros de dicha tabla.

Esa es la situación. En el fútbol colombiano hay dos equipos con posibilidades de ganar el torneo y (en el caso del América) clasificarse a la Sudamericana al mismo tiempo que descienden de categoría. Lo más increíble es que, si los ascendidos no cargaran con el promedio de los descendidos, ninguno de los dos equipos en cuestión estaría en riesgo de descenso. En otras palabras, América y Tigres podrían bajar de categoría por los errores de otros equipos. Ya viene siendo hora de que la Dimayor revise y el tema. Hoy, al descenso, se va quien no lo merece.