Dejando de lado su gran inicio en Liga, Copa y Champions, el Barcelona tiene que mejorar su juego para tener el año que desea.
El equipo de Ernesto Valverde ha empezado bien la temporada. Son primeros en La Liga tras 12 jornadas, a 4 puntos de un sorpresivo Valencia y a 10 del Real Madrid y del Atlético de Madrid. En Champions y en Copa del Rey, los culés también sonríen. Barcelona tiene el primer puesto asegurado en su grupo de la copa europea y la eliminatoria casi sentenciada en la local. Quien lo ve así, en números, poco puede decir. Pero tantos buenos resultados son peligrosos, sobre todo si hablamos de un equipo que solo ha demostrado efectividad, mas no un gran juego. La temporada es larga y es mejor ser precavidos.
Puede sonar alarmista y tal vez lo es. En primer lugar, Barcelona ha ganado todo, excepto tres partidos, de los 18 que ha jugado desde su última derrota contra el Real Madrid por la Supercopa de España. Su arquero, Marc-André Ter-Stegen, tiene un excelente coeficiente de 0.33 goles encajados por partido en los 12 que lleva en liga. Lionel Messi, que parece estar recuperando terreno en su carrera por el Ballon D’Or, ha anotado un gol por partido (en promedio) y parece haber encontrado en Paulinho la sociedad que había perdido con la ida de Neymar. A eso se le suma la buena forma de Samuel Umtiti, Sergio Busquets, Ivan Rakitić, Andrés Iniesta, Jordi Alba y varios jugadores más. La plantilla ha rendido y las rotaciones del entrenador (que incluso se atrevió a dejar de suplente a Messi contra la Juventus) han servido de refresco.
¿Qué pasa entonces? El equipo está en forma, pero detrás de eso hay un juego que no termina de convencer. Es una situación rara, sobre todo en el Barcelona, que nunca ha sido de filosofías resultadistas. Más de un partido lo ha ganado con la inspiración de algún particular, o con el autogol fortuito del rival. Son pocos los encuentros en que Messi y compañía han destacado por su juego colectivo, sus toques rápidos e imposibles y sus goles sacados de una pintura italiana. La goleada ante la Juventus en la primera vuelta de la fase de grupos en Champions marca la excepción. Sin embargo, muchas veces, como contra el Leganés el fin de semana pasado, no ha llegado el espectáculo a la cita.
Eso es lo peligroso. No sería un factor importante si sucediera en abril, momento en el que, quien está en forma, se queda en forma. Pero estamos en noviembre y de aquí a las finales puede pasar de todo. Si el gran momento que tiene este equipo (comparable con el del Real Madrid de los últimos dos años) no se complementa con un buen juego táctico y un estilo marcado, entonces solo será cuestión de tiempo antes de que una lesión, una situación interna del club u otro escándalo de hacienda reviente la moral del equipo, que no va a tener cómo buscar un ancla en su juego. Si le pasó al Madrid, bicampeón europeo (que cuenta con una gran plantilla, baja de forma), le puede pasar al Barcelona.
Es solo una advertencia. Aquí nada se ha perdido y el Barça está atravesando un camino de flores y sol veraniego. Dicho esto, es mejor prevenir que lamentar. Ya va siendo hora de que Valverde aproveche más la plantilla que tiene y explote ese 4-4-2, sólido en defensa, para generar un juego ofensivo que no dependa tanto de la suerte y de las individualidades. No vaya a ser que, como su predecesor Luis Enrique, terminé su ciclo el día en el que las figuras principales del ataque pasen 3 meses malos. Este Barcelona le sobra potencial, pero quedarse con lo que tiene ahora sería un error con consecuencias innecesariamente graves. Para hacer una gran temporada, además de efectividad, hace falta buen juego.
Lea la columna anterior: José Pékerman va por buen camino