No era un equipo perfecto, pero vale la pena recordar por qué Chapecoense fue finalista y qué lecciones dejó para el fútbol y la vida.
Escribir esta columna no es fácil. Recuerdo, de forma muy amarga, como me enteré del accidente del avión que transportaba al Chapecoense. Iba camino a la universidad a presentar un parcial. Como lo hago todas las mañanas, abrí la aplicación de MARCA en mi celular para leer las noticias deportivas del día. Aunque esperaba encontrarme con un chisme de mercado de invierno o con algún análisis de la fecha española, vi en primera plana el titular “Accidente de avión del Chapecoense: 71 muertos y seis supervivientes”. Hoy, un año después, quiero recordar al equipo como se lo merece: hablando de su juego.
Es necesario decir que su fútbol no era estético, pero sí efectivo. La táctica defensiva del técnico Ciao Júnior era bien particular, pues le gustaba mantener las líneas lo más adelante posible cuando atacaba, pero prefería retroceder una vez perdía la pelota y cubrir la entrada al área en vez de presionar. Contaba con zagueros rápidos como Dener Braz y Helio Nieto (sobreviviente), que sabían devolverse sin perder la referencia. En el arco estaba Marcos Danilo, un experto atajando pelotas a larga distancia, tan peligrosas para los equipos que se guardan. Suya fue la parada a quema ropa, al minuto 90+3 del partido de vuelta contra San Lorenzo por la semifinal de la Suramericana, que permitió al equipo verde asegurarse el cupo en la final. Aunque era una defensa sólida (complementada por los laterales Guilherme de Souza y Thiego), sufría bastante con los pases entre líneas y los contraataques.
Los sufría, en parte, porque Chapecoense estaba acostumbrado a hacer contraataques, no a recibirlos. Bien guardados en defensa, al recuperar el balón, los jugadores buscaban al capitán Cleber Santana, que distribuía la pecosa como un buen armador. Con el número 20 en su espalda, Cleber buscaba siempre abrir el juego hacia las bandas con los extremos. Así, si la contra fallaba, siempre quedaba el centro, una de las mejores armas con las que contaba el conjunto brasilero. También era letal en las jugadas a balón parado. Equipos como el Junior e Independiente tuvieron grandes problemas cuando al ‘Chape’ le daba por colgar un balón al área en un tiro de esquina o en un tiro libre. San Lorenzo supo anular esta fortaleza, pero descuidó la contra y perdonó demasiado.
Ahora, no sé si es por este estilo de juego o por su historia humilde, pero me acuerdo que viéndolo jugar contra el Junior me hizo recordar al Leicester City de Claudio Ranieri. Pero, más allá de la táctica o el contexto, hice esa relación porque vi un equipo sin grandes estrellas entregado al partido con una disciplina rara vez vista en un club brasilero. En cuanto a nómina, Atlético Nacional era el favorito de esa final, pero me animo a pensar que ese espíritu tan comprometido de Chapecoense podría haber sorprendido a doble llave. La Copa les fue entregada por honor, pero méritos no faltaban.
No hace falta decir que era el mejor equipo del mundo o del continente, porque no lo era. Pero, independientemente de eso, tenía buenos argumentos y luchaba por un objetivo deportivo, algo que pocos equipos en Surámerica pueden decir. Un año después, con la misma filosofía y una plantilla nueva, en la que Nieto es el único jugador de aquel plantel campeón, ‘Chape’ busca recuperar el terreno perdido y honrar a sus héroes caídos. Esta tragedia, aunque dolorosa, es una demostración de lo más triste, pero también lo más bonito del deporte y del fútbol. A parte de la felicidad que genera ver a Chapecoense jugar el torneo brasilero y nacer de sus cenizas, la solidaridad mostrada por el planeta fútbol en torno a la tragedia confirma que esto es más que un espectáculo. El deporte, incluso en momentos así, es una lección de vida en la que el plantel campeón es una muestra de buen fútbol, entrega y espíritu ganador.
Esa copa va pal cielo.
QEPD
Si juegan FIFA, revisen mi última columna en Hablaelbalón: FIFA 18: Jugadores que no valen nada y la rompen en Modo Carrera.