Es absurdo que vivamos un momento tan volátil y caótico, en el que la violencia llena todas las portadas, y tanto Conmebol como Dimayor programen partidos de fútbol.

Escribo tras dos semanas sin publicar un artículo. No me nace del corazón ni de la cabeza hablar de fútbol cuando la Fuerza Pública reprime los derechos de los manifestantes, la ‘gente de bien’ luce sus camionetas y pistolas cual paramilitares, los narcotraficantes mandan a sus peones a reventar todo, los grupos criminales de barrio aprovechan para sembrar el caos, algunos policías sufren la fama de la institución a la que pertenecen y cada día que pasa tenemos que recopilar cifras, no de infectados por la pandemia, sino de víctimas de la violencia. El debate sobre la reforma tributaria queda lejos, aquí solo contamos disparos en el pecho. Aunque en este país la violencia siempre ha sido parte del menú, es impresentable que en Colombia haya partidos profesionales de fútbol cuando ni siquiera se puede garantizar la seguridad y salud de los jugadores.

Por eso, no seré yo quien quite un espacio en los medios solo para comentar el devenir de un partido. Ya suficiente tiene esta industria del periodismo, muy buena para hacer negocios con las noticias y muy mala para contarlas, como para quitarle peso a esta caótica realidad con un artículo de deporte. Quizá mi silencio le abra camino a otras voces, esas que la violencia de grupos estatales y no estatales dejan de lado con cada arma que usan.

Habrá quien opine que el fútbol no debe mezclarse con política y que quienes analizamos deporte no debemos hablar de otros temas. Esos amigos de separar lo privado de lo público son los mismos que creen que mantenerse al margen de una realidad es un ejercicio apolítico. No. El deporte, por más negocio que sea, hace parte de la cultura y es relevante la manera en la que quienes pertenecemos a ese mundo nos implicamos en la sociedad. Aquel que ignora el componente social y político del fútbol no entiende su historia y el desarrollo de sus equipos.

Dicho lo anterior, es inaudito que la Conmebol, la Dimayor y la Federación Colombiana de Fútbol mantengan las competiciones dentro del país como si afuera del estadio no existiera un pueblo. No me creo su cuento de “no vamos a dejar que los malos ganen” con el que justifican mantener el show. Entiendo que pierden dinero y que, por la pandemia, la situación económica dificulta suspender partidos. Sin embargo, no creo que desentenderse de la situación actual de Colombia y jugar partidos dentro del territorio sea la mejor salida. Es más, ni siquiera me parece bueno para la imagen del fútbol sudamericano como producto, un tema que igual debería estar en segundo plano cuando hablamos de conciencia social.

Ojalá pronto sea tiempo de comentar el cierre de alguna liga y hablar de su campeón, o analizar las eliminatorias con Reinaldo Rueda al mando de la Selección. Lamentablemente, como en las dos semanas pasadas, es mejor dejar esos temas de lado. La violencia solo trae más violencia, convierte a víctimas en victimarios y se esparce como el covid mismo. Entre tanto desastre, es difícil no caer en el odio, declarar enemigos y buscar salvadores. Invito a que hagamos una reflexión profunda, que cuestionemos nuestras posturas y tratemos de pensar más allá de quién. Pido a las personas que se informen bien, que no crean en frases simples o en héroes. De poco sirve la democracia si cuando alguien quiere hablar lo callan. El fútbol le da sentido a muchas vidas, pero para eso primero debe haber vidas a las que darles un sentido.