La salida de Messi del Barça es consecuencia de un mundo oscuro que se adueñó del fútbol. Aquí no hay gambetas ni goles, solo una industria asquerosa.

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Lionel Andrés Messi no será más jugador del Barcelona. Ayer lo confirmó el club en sus redes sociales y hoy lo ratificó el presidente Joan Laporta en rueda de prensa. El mejor jugador de la historia, contrario a lo que cualquiera pensaría hace cuatro años, no se retirará en el club de sus amores. La causa inmediata es el mal manejo financiero del Barça en los últimos 5 años, que sumado a la pandemia resultó en una crisis que el club aún no logra superar. Sin embargo, para quien se atreve a mirar más allá, la decisión del club de no renovar al argentino tiene un fondo grande en el que se puede hablar de todo menos de fútbol.

La historia empieza en 2000, cuando Lionel Messi recién llegaba a España y pocos conocían su nombre. Mientras el argentino se lanzaba a la aventura de dejar a su familia y amigos en Sudamérica, Florentino Pérez era elegido como Presidente del Real Madrid. Con él llegó la era Galáctica para el equipo blanco, en la que Pérez ingresó mucho dinero al club con el objetivo de comprar grandes estrellas del fútbol mundial y mejorar sus relaciones internacionales como empresario. El Madrid compró a Luis Figo por 60 millones de euros en 2000 y a Zinedine Zidane por 77 millones de euros en 2001, cifras que incluso hoy son bastante altas. Ganó un solo torneo europeo (2002) con esa estrategia, pero sí dio un primer vuelco al mercado de fichajes y su empresa constructora ganó números. A su cabalgata millonaria se sumaron empresarios como Roman Abramovich, el ruso dueño de petroleras que compró el Chelsea FC en 2003 y lo llenó de dinero.

A esa primera explosion de magnates se sumaron otros más. Entre ellos destacó Mansour bin Zayed Al-Nahyan, miembro de los gobernantes de Emiratos Árabes Unidos, que compró al Manchester City en 2008 por medio de de su grupo inversor. Pérez, que había dejado la presidencia del Real Madrid en 2006, volvió aclamado en 2009. No tardó en retomar su estrategia y los fajos de billetes atrajeron estrellas y formaron otra generación de galácticos. Colombia no debe olvidar el fichaje de James Rodríguez por el Real Madrid en 2014, que costó 75 millones de euros, mientras Pérez intentaba solucionar el problema de su constructora con algunos proyectos en nuestro país. Ante las grandes cifras del mercado, los rivales se pusieron al día. Paris Saint Germain fue adquirido en 2011 por Qatar Investment Authority y puesto al mando del empresario Nasser Al-Khelaïfi. Desde entonces, la compra de jugadores y las inversiones en el fútbol son una locura.

¿Qué tiene que ver esto con Messi? El Barcelona, sin venderse por completo a ningún magnate, intentó seguir la línea del Real Madrid. Mantuvo su esquema de club de socios, como el equipo blanco, pero buscó inversiones para mantenerse al día con los números y fichar futbolistas importantes. Vio pronto cómo el mercado y el dinero ofrecido por varios equipos era difícil de igualar. Sandro Rosell y luego Josep María Bartomeu, empresarios de la élite catalana, hicieron fichajes muy costosos para el club como presidentes, entre ellos la compra de Neymar en 2013, cuyas cuentas aún no son claras y han llevado a demandas en contra del club. Al brasileño lo perdieron en 2017, cuando el Paris pagó la absurda cláusula de rescisión del contrato de Neymar: ¡222 millones de euros!

Desde ese momento, en Barcelona hubo feria de contratos. Bartomeu, con tal de no perder otra estrella, infló la masa salarial como si el club fuera de esos que pertenecen al mundo de los petrodolares. A Messi le ofrecieron un contrato con un salario de 40 millones de euros cada año. Antes de la pandemia, el Barça ya corría con lo justo en su presupuesto. En 2020, el covid-19 acabó con un sistema arriesgado de gastos. Bartomeu dimitió a finales de ese año por ello y por su deshonesta actitud con los jugadores y el club. Joan Laporta, que ya había sido presidente del Barcelona entre 2003 y 2010, volvió a la presidencia para corregir cuentas y renovar el contrato de Messi.

Menudo lío, pero hay más. Desde 2017, varios de estos clubes europeos han analizado la opción de crear una liga élite sin ascensos ni descensos, con ganancias inmensas, en la que siempre participen ellos y unos invitados. La llamada Superliga es una respuesta a los frenos que la FIFA, la UEFA y las ligas nacionales (que no están exentas de pecado en todo este problema) intentan poner a los movimientos financieros de los clubes protagonistas. Barcelona, Paris Saint-Germain y Manchester City hacen parte del combo que ha sido investigado por incumplir la ley de fichajes, algo que a sus empresarios y dirigentes no gusta mucho.

Laporta, que llegó este año a esa fiesta, no tardó en montarse. Su decisión de dejar ir a Messi no solo responde a la crisis financiera del club, sino a su guerra con La Liga de España, que rompió relaciones con el Barça por la Superliga. Mantener al astro argentino en el club implica pasar por negociaciones con La Liga y eso llevaría a que el Barcelona renuncie al proyecto codicioso que tiene con los otros equipos.

Todo este mundo absurdo en el que se metió la industria del fútbol lleva a un punto tan loco como su contexto: el Barcelona decide prescindir del mejor jugador de la historia, incluso cuando este quería firmar un nuevo contrato. Lo más triste es que en toda esta historia no hay un solo balón, una sola jugada, gambeta o gol. Las razones que sacan a Messi del Barça no responden a las leyes del fútbol, sino a las de una industria codiciosa, cuestionable y cada día más oscura. Es lamentable que el cuento de Lionel en su equipo acabe así. Es solo un capítulo más para entender que la pelota está demasiado manchada y nosotros no podemos hacer nada.