Me acuerdo cuando empezó a pasarle a mis amigas y a mí. Teníamos 13 años. Eramos niñas. Vivíamos este tipo de comportamiento diariamente durante nuestro camino a la escuela por parte de hombres que tenían al menos tres veces nuestra edad. Ahora estoy mayor y cuando reflexiono que nos pasaba a una edad tan joven, me da asco. Estoy harta de personas diciéndome que lo tome como un cumplido. Un piropo callejero no es un cumplido, es una forma de acoso.
Mi experiencia no es algo raro. Piropos callejeros son cosas que suceden por todo el mundo, cada día. Un informe de 2014 llevado a cabo por la Universidad Cornell de los EEUU, dio unos resultados espantosos acerca del predominio del problema:
- El 84% de mujeres globalmente experimentan el acoso callejero por primera vez antes de tener 17 años.
- El 82% de las encuestadas dicen que eligen otra ruta a su casa o su destino por el acoso callejero.
- El 71% ha sido perseguido.
Se define un cumplido como una muestra de cortesía y respeto para halagar a una persona. En mi experiencia, los piropos callejeros nunca han sido así. Al contrario, me han hecho sentir incómoda e insegura. He pasado el resto del día preocuparme por si mi falda es demasiada corta o si como me he vestido provocó esta reacción, que seguramente de alguna manera fue mi culpa. Cuanto más nos pasa, más aprendemos cómo manejarlo. Te bajas del bus en la parada anterior para evitar caminando por una cierta ruta a la casa, cruzas la calle, te pones los audífonos para no oír, evitas ponerte cierta ropa, caminas más rápido o finges hablar por el teléfono. Estos son mecanismos de supervivencia que no deberíamos tomar. Pero, son mecanismos de supervivencia que tomamos por experiencias pasadas.
El acoso callejero puede ser la puerta del acoso físico. Los piropos callejeros son una expresión del poder y el control. Forman una parte fundamental de la cultura de cosificar a la mujer que puede llegar a la violencia. La amenaza subyacente de un piropo callejero hacen que las víctimas se sientan impotentes para responder. Convierten un lugar público, lo cual debería ser seguro para todos, en un ambiente en lo que individuos se sienten intimidados y amenazados. Son una afirmación del dominio y reducen a la persona a un objeto. Perpetúan la idea patriarca que el cuerpo es propiedad pública, sujeto a convalidación y comentarios.
Tenemos que reclamar las calles como un espacio seguro en lo cual se tratan a todos con respeto e igualdad. No significa el fin de cumplidos, sino el fin de piropos callejeros.
@_TIEMPO_fuera