La ceremonia inició con un concierto de música clásica. Qué clase. El público era limpio, blanco y bello. Una fanfarria recibió al presidente Santos, quien estaba tratando de no sonreír demasiado. Eso tuvo el efecto de que parecía tener rayos de sol brillando en sus ojos. Podría haber sido la joyería de su esposa, el bronceado naranja de su hija, o tal vez ‘el sol de la paz’ que está brillando ‘en el cielo de Colombia’. Sin embargo, no es claro si ese paraíso ya existe o si lo esperamos después de la muerte.
Aunque su parecía apretar su cara para disimular el orgullo, su discurso contó una historia muy diferente. En un punto dijo “No me cabe duda de que este modelo será uno de los grandes legados del proceso de paz de Colombia.”
En otro, reclamó que con esta medalla brillante, después de hartas negociaciones, y con la justificación de las firmas en el acuerdo, podemos decir que “América –desde Alaska hasta la Patagonia– es una zona de paz.” ¿Eh? Sin mencionar este mismo país, solo hace falta echar un vistazo tras la frontera (en casi cualquier dirección) para ver que esto no es verdad, de hecho está muy lejos de serlo -con el fatal racismo policial en EE.UU., violencia diaria de pandillas en El Salvador y Honduras, el virulento gobierno de México y sus desapariciones, la negligencia de la población pobre de Brasil, o la crisis venezolana. No, ninguno de esos países está en estado de guerra. Pero eso no quiere decir que están en estado de paz. Otra vez ‘paz’ va perdiendo su sentido, y va siendo remplazado por una explicación puramente política.
Si vas a hacer afirmaciones tan exageradas (por su crédito, estaba referenciando el realismo mágico de Gabo, quizás quería seguir las huellas de sus compadres Nobel), por favor actúa adecuadamente; suelta una bandada de palomas, canta para la audiencia, deja que tu cuerpo mueva con la pasión de esas palabras tan grandes. Con sus movimientos calculados y rígidos, parecía un alumno recitando un poema que encontró en una antología de poesía, usando conceptos grandes sin realmente comprender el sentido.
De hecho, es lo que hizo, referenciando a Tennyson y el reciente ganador del Nobel de literatura, Bob Dylan. Se puso a sí mismo allá con los grandes. Sus palabras realmente eran soplos en el viento, en las ondas de la transmisión, sin penetrar los sentimientos de los que le escuchaban.
Hubo un momento en el que capturó los corazones de su audiencia -física y digital- y yo diría que ese momento se lo debe todo a las víctimas que asistieron, que le apoyaron en mostrar a la audiencia mundial que el presidente y ganador Nobel, el Sr Santos, sí tiene un lado sentimental.
Yo diría que lo que Santos ha hecho es un logro enorme, “Es una demostración de que lo que en un principio parece imposible –si se persevera– se puede volver posible”, en sus propias palabras. Por eso, de un lado entiendo su orgullo. Por otro lado, la formalidad de esas ceremonias lleva a que la gente no actúe con ningún sentido de originalidad, Santos terminó viéndose rígido y vano.
Sin embargo, este momento, para el país, es grande. Es una lástima que el premio solo se le haya entregado a Santos, y al mismo tiempo, es un alivio que les haya dedicado el galardón a todos los colombianos y el premio fiscal a las víctimas de ese largo conflicto. Ahora si realmente vamos a hablar de paz en todo el continente, deberíamos apagar el televisor y pasar de ver la cara complacida del presidente a fijarnos en los resultados.