Este fin de semana visité Cali y San Cipriano. Uno es un centro cosmopolita en el suroeste de Colombia y el otro es un pequeño pueblo a cinco horas de la ciudad, conocido por su impresionante selva tropical llena de pequeñas piscinas naturales y cascadas. Mientras me siento acá en mi escritorio en Bogotá, no es el hermoso paisaje lo que recuerdo sino la salsa, la música que se encuentra en el corazón de la región y de los habitantes de Colombia.
En la primera mitad del video, represento las calles soleadas de Cali por la mañana. Están vacías: los bares de salsa han hecho que los habitantes pasen todo el día en sus camas recuperándose de una noche pesada. El día siguiente, experimentamos la peor cura para la resaca en Colombia: un viaje lluvioso a lo largo de los sinuosos caminos de las montañas del Cauca. Finalmente, llegamos al oasis: la selva tropical. De repente, todos se sintieron mejor.
Cuando piensas que no puedes estar más lejos de los bulliciosos clubes de Cali, empiezas a escucharlos nuevamente. La salsa se cuela a través de las radios que suenan en los carros del pueblito. Se convierte en la banda sonora de la vida cotidiana de los residentes: mientras cocinan o miran a sus hijos jugar en las calles; cuando te subes a un taxi en Cali; cuando haces fila para entrar a los clubes o para las ‘Brujitas’, una motocicleta que empuja un carrito pequeño a lo largo de una vía férrea para viajar por la selva.
Durante la segunda mitad del vídeo, utilicé la misma canción de muchas formas diferentes para retratar la forma en que en el Valle del Cauca no te puedes escapar de la salsa. Día o noche, ciudad o selva, la salsa sigue. El clímax final es mi carta de amor personal a una hermosa región donde las relaciones de una comunidad se encuentran antes que cualquier otra cosa. Esta pasión últimamente se abarca en la música de salsa.