Viajé en tren y a medida que me acercaba a la ciudad, el paisaje se convertía en el escenario de una película futurista, con edificios a diestra y siniestra, cada vez menos casas rojas y todas las vías del tren cruzándose entre ellas como un entramado perfectamente planeado. No había caído en cuenta lo mágico que es ver una ciudad desde las vías del tren. Es una imagen diferente, donde todo pasa más rápido y tiene un ángulo diferente al usual. El camino entre Falun y Estocolmo, si no tienes que hacer cambio, dura dos horas y media, pero se pasa volando.
Varias cosas me quedaron en la cabeza después de este viaje. Dos canciones en español que no dejaron de sonar durante los dos días que pisé las calles de esta capital, la satisfacción de reconocer varios lugares que conocí y disfruté durante mis visitas en el 2019 y fortalecer la relación con Susanna y Romina, ambas con raíces latinas, pero tan suecas como las historias de vikingos que escuchamos.
La contraseña del edificio donde me quedé es el año en el que Suecia quedó de tercero en el mundial de futbol. Me pareció muy curioso porque en este país muchos deportes sobresalen por encima de este, tan importante para los colombianos. Con respecto a este lugar, también les cuento que estábamos cerca del agua y aproveché esta cercanía para hacer mi ejercicio favorito de mindfulness. Estas fueron algunas de las anotaciones que hice en mi cuaderno:
- Son las 16:00 y ya llevo más de 15.000 pasos.
- Hay un bote azul, un bote rojo, dos botes blancos en movimiento, quince botes blancos atracados y siete lanchas que alcanzo a observar
- Una señora con una chaqueta amarillo pollito que camina más lento que los demás
- Las olas contra las rocas suenan más duro cuando pasa uno de los botes hacía mar abierto
- Hay un perrito chillando cerca. Luego me doy cuenta que está encerrado en uno de los botes que sirven como hogar para una familia de cuatro.
- El sol cae fuerte sobre la piel, pero el viento frio no da tregua
- Aun siento el sabor a pizza de champiñones recalentada y a la coca cola que almorcé.
- Me he vuelto muy dependiente del celular y quisiera tener datos para compartir con mi familia el momento. ¿Y si lo vivo y ya?
Cuando visites esta ciudad, o cualquier otra ciudad europea, entra a alguna tienda extranjera. No pierdas la oportunidad de perderte entre sus estanterías y sentirte en otro país. Me pasó en una tienda asiática, “un paraíso de noodles”, como escribí en mi cuaderno. Letras y olores que mi cerebro desconoce son algo que me maravilla de estar en un sitio donde se mezclan tantas culturas.
En Estocolmo hay que salir a bailar, mejor aún si es una fiesta de dancehall y todos los que te rodean parecen venir de África, por el color de su piel y sus movimientos. Hay que tomarse el tiempo para caminar por Gamla Stan y entrar a cada tienda de curiosidades a chismosear o simplemente ver las bolsas llenas de cascaras de naranja exprimidas o las lámparas con los bombillos haciendo figuras diferentes. Hay que sentarse bajo los cerezos de Kungsträdgården y observar a las personas que pasan por allí. Definitivamente hay que parar en Hotorget y, si tienen montado un loppis, esos mercados de pulgas tan famosos en toda Suecia, quedarse por allí un rato y dejar que tus ojos se pierdan entre tantas antigüedades.
Es muy difícil para mí definir a que me huelen los lugares que visito. Vista, tacto, oído y gusto funcionan bien, pero el olfato siempre ha sido mi perdición cuando hago estos ejercicios. Por eso, recurrí a Susi y me pareció una bonita forma de terminar el texto. Ella me dijo Estocolmo huele a primavera; que la capital sueca huele a flores, a gente reuniéndose, a picnics y asados. Esta ciudad escandinava huele a la estación en la que la visites.