Debo decirte, es un destino donde no puedes dejar la boca cerrada por la sorpresiva inmensidad de su belleza. Tanto verde después del café de Fez y el azul de Chefchauen te envuelven como si no quisieran dejarte escapar. Lo mejor es llegar tan temprano como puedas para disfrutar del paisaje con más tranquilidad. Nosotros corrimos con suerte, pues coincidimos con tres chicas españolas que buscaban llegar a este lugar a la misma hora y juntos pagamos un carro que nos saliera a las ocho de la mañana. Es un recorrido de cuarenta minutos, donde seguro disfrutarías de la vista. Ovejas, burros, niños, campos de marihuana y mucha, pero mucha montaña. La carretera llena de curvas me hace sentir en Colombia, aún más cuando en la radio suena salsa caleña y un grito que dice “de Colombia para el mundo”. Que irreal se siente esta escena y que feliz me siento.
El parqueadero está solo cuando llegamos, pero advierto que es de esos sitios que a medio día estará lleno por la infraestructura con la que cuenta. La caminata empieza hacia las cascadas, pero nos advierten que la más grande estará sin agua por la sequía que se ha sentido en los últimos días. No importa, seguro en el camino disfrutaríamos la compañía del otro y nos pondríamos al día con las historias y pequeños detalles que nos hacen falta contarnos.
Seguimos el camino, pero perdemos el sonido y el rastro del agua. “Por acá ya no es” dice mi amigo y todas coincidimos. De vuelta decidimos parar en un charco cerca de la cascada mediana. Que digo cerca, estamos al lado de su caída. El sonido del agua relaja, la vista maravilla y la compañía es excelente. Me haces falta tú, pero estoy segura que algún día vendremos juntos.
Después de un rato de disfrutar el agua congelada, de nadar un poco y de tomar las fotos correspondientes, decidimos salir en búsqueda del famoso “Puente de Dios”. Todos lo recomiendan, pero estamos un poco perdidos, no hay letreros en ninguna parte con este nombre. Es una caminata de cuarenta minutos y se siente fuerte pues el calor poco a poco incrementa. A estos cinco seres con sangre latina que van en movimiento por los caminos de tierra no les importa y siguen felices porque saben que las fotos valdrán mucho la pena. Tu estarías igual, de eso estoy convencida.
Cuando nos encaminamos hacia el puente, empezamos a ver más gente y más quioscos que ofrecen tajín, sodas y té. Se me antoja una cerveza, pero esa la dejaremos para después. Por allá se me va el pie por un hueco de una escalera y me golpeó la canilla. No sé si te reirías o te daría rabia, pero seguro te alegrarías de que pueda seguir caminando para llegar hasta el punto final de nuestra caminata. En el recorrido encontramos a varios turistas cuyas caras se me hacen familiares, pero solo pienso en la tuya y en la sonrisa que tendrías si vinieras conmigo.
Son casi las dos de la tarde y debemos empezar el camino de regreso para alcanzar a llegar con tiempo a la estación de bus. Encuentro un par de amigos en la vía, no sin antes refrescarnos en un pequeño lago con una mini cascada al lado. El chapuzón sabe delicioso bajo el sol de medio día y no deja de ser curioso recibir más de una mirada por el tipo de bikini que llevo, que para las mujeres marroquíes es mucha piel la que estoy mostrando. No importa, contigo en mente nada me afecta.
El golpe en la pierna no se siente ni los cachetes, que ya vienen entumidos por el frío del agua y porque no soy capaz de dejar de sonreír. Se siente un aura especial en este lugar. Tanta naturaleza, tantos idiomas, tantas caras felices. La compañía hizo de este paseo uno inolvidable, pero seguramente contigo lo disfrutaría aún más. Dejaré hasta aquí mis letras, pero espero antojarte de algún día venir conmigo, para mojarnos en aguas claras y amar la vida a nuestra manera.
Te quiero, Angelita.