Esta mañana, al chequear la página de la Fundéu, me fijé en una consulta de 2009: ¿son «alcahueta» (aquella tan común en la literatura española medieval, la Trotaconventos del Arcipreste en el Libro de Buen Amor y la Celestina de Fernando de Rojas) y «madame» (la prosaica matrona de casa de citas) sinónimos, «o si madame connota una posición social más elevada que alcahueta»? La respuesta de la Fundéu deja clara la diferencia: la alcahueta acolita una relación amorosa ilícita y la madame es una simple proxeneta. La definición no me dejó de parecer hilarante y la puse en Twitter. Acto seguido, leí la declaración vergonzosa de Fernando Salazar, presidente del Itagüí, que comparaba a los futbolistas con prostitutas, seguramente como metáfora de cómo un jugador de fútbol se va de su club a otro por unos pesos de más. Una amiga mexicana atinó a responder lo siguiente: «¿Ahí es donde entra en juego -nunca mejor dicho- tu descubrimiento léxico y convierte al DT en «madame»?»
Los deportes, sin excepción, dejaron hace mucho tiempo de ser ese sueño amateur de Pierre de Coubertin. Figuras como la de Spiridon Louis, el pastor que ganó la maratón en la primera olimpiada, son hoy en día el sueño de ilusos. Rocky IV resulta más acertada. Es una pelea en la que no hay límites: lo importante es que la nación se supere a sí misma. Los deportistas, entonces, se vuelven propaganda política.
No es casual, entonces, que el gobierno chino haya convertido la ceremonia inaugural de los Olímpicos de Beijing en 2008 en su fiesta particular de quince años: el paso de un país emergente a una potencia global. Lo mismo que pensó Lula da Silva cuando Río de Janeiro ganó el derecho de organizar los Olímpicos de 2016. Menos extraño aún, que el triunfo de un deportista se vuelva parte de los discursos políticos. Un ejemplo extremo tomado de Corea del Norte: en un afiche de propaganda (Koen de Ceuster. North Korean Posters. The David Heather Collection. Munich: Prestel, 2008: 194) se honra a Jong Song Ok, la sorpresiva ganadora de la maratón en el Mundial de Atletismo de 1999. ¿Qué dice el afiche? «¡Seamos fuertes de cuerpo y mente, como la atleta Jong Song Ok, quien sólo pensó en el General!» No hablemos del uso (y abuso) que tienen los triunfos deportivos en lugares tan disímiles como los púlpitos de las iglesias y su uso de atletas profesionales, la propaganda cubana, norteamericana y argentina, o los inocentes agradecimientos de algún tuitero fanático que responsabilizó al alcalde Petro de los triunfos de Santa Fe y Millonarios el año pasado.
Pero, dejemos de lado el descarado uso propagandístico de los deportistas y pensemos en lo más sencillo: su paso de un equipo a otro. Olvidamos con más frecuencia de la que deberíamos que los futbolistas viven de su oficio. A diferencia de países como Argentina o Inglaterra, donde las cuartas y quintas divisiones son equipos de barrio compuestos por los vecinos, los futbolistas colombianos viven de los sueldos ofrecidos por sus equipos. Es bien sabido que pocos equipos profesionales en Colombia son serios financieramente hablando (y menos los que paguen cumplidamente sueldos justos a los jugadores). Cabe recordar, también, los casos de equipos con contabilidades paralelas que no pagan parafiscales. Entonces los futbolistas, al encontrar un equipo que les pague un poco más, se van en busca de asegurar un futuro mejor para ellos y sus familias. Y eso no es prostitución: es supervivencia. Una supervivencia de la que salen pocos Falcaos, James o Guarines y sí bastantes jugadores en ligas desconocidas que arriesgan su futuro nombre y potencial por ganar en yuanes, rublos y petrodólares, así eso implique un pasaporte decomisado por el club. El jugador que muestre algo de potencial es mercadeado, como en un mercado de esclavos (no literal, como ocurre en África y Brasil), y vendido al que ofrezca más dinero al club (no siempre al jugador). Y el jugador se vuelve mercancía. Se vuelve un objeto. Entonces, el apelativo del señor Salazar que buscaba ofender al jugador revela las triquiñuelas de los dirigentes que buscan un puñado de dinero.
Respondo de nuevo a la pregunta de mi amiga: No, la «madame» es el presidente del club. Y el agente es su proxeneta. De lo demás se encarga el que pone los billetes y las luces.
Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana. Profesor universitario, escritor y poeta. Coautor de Casas de La Merced (Bogotá, 2015) y autor de artículos sobre educación y literatura publicados en Colombia y España. Cuando no escribe dedica su tiempo a observar, escuchar, leer, cocinar y caminar. El autor cree firmemente que el mundo es un montón de retazos unidos por el pensamiento, el cual los seres humanos no han comprendido en su cabalidad. Las opiniones del autor en este blog no comprometen a las instituciones donde trabaja, estudia y publica.
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