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Hace unos meses tuve una polémica fuerte con una señora muy activa en las redes sociales (Facebook y Twitter) y que se autoproclama líder de opinión en temas de género, debido a que veía en mí a un machista potencial por notar una serie de ofensas sin ningún fundamento hacia mí en Twitter, dirigidas a una reconocida periodista y amiga de quien escribe estas líneas. Fue tanta la barahúnda que armó, que le escribió a la universidad donde enseñaba para advertirle de mi conducta y publicó, sin ser amiga mía en Facebook, mi foto y mi perfil en esa red social para someterme al escarnio de sus casi 5000 amigos en esa red. Cabe anotar que me he cuidado, en los medios donde tengo algún tipo de presencia pública (Twitter y El Tiempo), de no poner mi lugar de trabajo para evitar precisamente situaciones como esas.

Inicio con esta historia por una razón muy sencilla: cuando yo me dirigí a la señora para pedirle una explicación (y después de referirse a personas que respeto y quiero como «terroristas verbales») y la llamé ‘señora’, como cualquier persona llamaría a alguien que no conoce de forma respetuosa, lo primero que me dijo es que la llamara «doctora», ya que tiene un PhD en la Universidad de Harvard. Estando en la academia, siento que un doctorado no es, ni mucho menos, garantía de que alguien sea un líder, una buena persona o una persona cuya opinión valga la pena. De hecho, tengo una frase que resume esa idea: “el doctorado no te quita lo tarado”.

Pensé en ese “dígame doctora”, repetido hasta la saciedad por la señora (cuyo nombre no menciono para evitar algún tipo de represalia), cuando Nicolás Gaviria pronunció esa lapidaria frase que todos hemos escuchado durante la semana: “¿Y usted no sabe quién soy yo?” A decir verdad, no hay mayor diferencia en las dos frases. En ambas se refleja ese afán, tan colombiano, de solicitar validación no por nuestros actos, sino por nuestra posición social. Nadie es doctor aquí por ser médico o por tener un cartón de cualquier universidad que acredite cuatro o más años de investigacion rigurosa: aquí ser doctor significa, automáticamente, que el susodicho es mejor que su interlocutor. Y exigir, por cualquier razón, que a la persona se le llame “doctor”, es equivalente a demandar una condición especial ante la ley por ser “agente de la CIA”, tener cincuenta mil votos, un doctorado en Harvard o dirigir una universidad de garaje.

En Colombia, uno de los grandes problemas está en ese permanente clasismo que instauramos desde la palabra. ¿Cómo queremos pensar en un escenario de reconciliación cuando aquellos que, supuestamente, deberían plantear esos escenarios desde sus tribunas de opinión, exigen ser llamados de acuerdo a una condición, en muchos casos, ficticia y en otros, más cargados de clasismo que de academia? Que los doctores demuestren sus capacidades para ser llamados como tal. Mientras tanto, que no me exijan que sepa quienes son.

Voyeur: Con el enésimo remake de telenovela que hace una cadena nacional, ¿podemos anunciar, al fin, la carta de defunción de la televisión colombiana? Hace mucho tiempo nuestra televisión huele a gladiolo.

En los oídos: Ooh La (The Kooks)

@tropicalia115

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