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No es secreta mi orientación política: creo que es más eficaz y consistente un pensamiento liberal clásico que las utópicas y, no pocas veces, peligrosas ideologías de la izquierda. Creo, firmemente, que en el liberalismo clásico se puede dar esa esquiva mezcla entre equidad y libertad; más aún, creo que sin la libertad la equidad es imposible. Aun cuando hay varios intelectuales de izquierda que han sido vitales para entender muchas de las condiciones de la sociedad y muchos a los que admiro por sus posiciones (pienso en los fundadores de los estudios culturales en Inglaterra en la década de 1960 -Richard Hoggart, Stuart Hall, E.P. Thompson-, en algunos marxistas iniciales como Mariátegui, o en muchos escritores de izquierda como Cortázar), siento que la búsqueda de una equidad para todos termina coartando todas las libertades y, como bien lo escribió George Orwell en su Animal Farm, algunos se vuelven más iguales que los otros: basta ver los boliburgueses venezolanos, la Década robada de los Kirchner (como bien lo documenta Jorge Lanata en su libro homónimo), los bolsos de miles de dólares de la dinastía norcoreana o la corrupción de Honecker, Ceaucescu y otros más. Pero los hechos de estas semanas han sido reveladores para entender la ineptitud y la idiotez de la izquierda colombiana, menos preocupada por su futuro que por mantener un poder endeble. Quiero recopilar esos disparos en el pie en estas líneas.

La segunda entrada de Todas las almas habló de cómo uno de los “inamovibles” de las FARC (la liberación de Simón Trinidad) sería un impedimento para el desarrollo de los diálogos de La Habana. Creí, en esa época, que era el primero de muchos obstáculos para llegar a la paz y, lamentablemente, el tiempo me ha dado la razón: durante los cuatro años que ha durado el diálogo de La Habana, las FARC se han dedicado a desprestigiarse cada segundo. Desde los catamaranes con whisky y langosta en las bellas playas de Varadero y la flamante Harley-Davidson de Iván Márquez, pasando por las promesas que no cumplen (como sacar a los menores de edad de sus filas), hasta la masacre de soldados en Cauca, las FARC han tenido poco tacto para asumir unas negociaciones que no son con los delegados de Santos en La Habana, sino -a futuro- con el país que los verá en las urnas.

Pareciera que Iván Márquez, Tanja Nijmeijer, Carlos Alberto Lozada, Catatumbo, Santrich y Romaña vivieran en los sesenta de nuevo. O, cuando menos, en la época del Caguán, cuando eran amos y señores de un territorio más grande que Suiza. Y no hablo de los cuatro municipios del Meta y el de Caquetá: hablo del país en general. Muchos recuerdan lo que fueron los años entre 1999 y 2002 en Colombia: bien por las crecientes amenazas a todo tipo de familias, bien por los secuestros o por los asesinatos. De esa época quedan algunas huellas: basta escuchar en las madrugadas a Herbin Hoyos en Las voces del secuestro, a Indalecio Castellanos en La noche de la libertad o a Nelson Moreno en La carrilera, o a la dulce y triste voz de doña Amalia, la madre de Enrique Márquez o «Kike-Kike», secuestrado desde 1998 por las FARC y de quien no se sabe su paradero.

Pareciera que las FARC no han comprendido que sus discursos retrógrados y acciones como la de Buenos Aires, lejos de beneficiar su futuro como partido político, benefician a sus opositores más directos y vehementes: el Centro Democrático y Álvaro Uribe Vélez. Colombia, siendo un país conservador en respuesta a los cincuenta años de guerrillas marxistas-leninistas-maoístas-guevaristas-hoxhistas-…istas, ve su ideología conservadora reforzada con los disparos que las FARC le hacen a su futuro y, por extensión, al de la izquierda en Colombia, ya vapuleada por, entre otros factores, la corrupción de Samuel Moreno y el apoyo que tuvo el alcalde del Polo Democrático, la ineptitud de Gustavo Petro y la alianza nefasta entre la izquierda y el sindicalismo más radical, más anquilosado y menos propositivo.

Me atrevo a decir que, si por una varita mágica o por la gestión de algún gobierno extranjero se lograran acordar los puntos restantes de la negociación y se propusiera un referendo, este perdería por goleada, tal y como ocurrió en Guatemala. Y los únicos responsables son los comandantes guerrilleros, felices de vivir en los barrios habaneros vedados a gran parte de Cuba, pagados por nuestro erario y las alegres contribuciones del endeudado gobierno venezolano, y sabiendo que en La Habana tendrán un refugio cuando acabe la negociación y tengan que afrontar sus penas en cárceles nacionales.

Y, para terminar: ¿creen que Obama y el Partido Demócrata liberarán al miembro de un grupo terrorista colombiano en un año electoral? Eso sería abrirle las puertas al Partido Republicano para asegurarse Florida (llena de cubanos, colombianos y venezolanos emigrados de la violencia y las dictaduras) y darle una buena pelea a Hillary Clinton en Nueva Jersey, Nuevo México y otros estados de los Estados Unidos. Y no creo que los demócratas vayan a hacer semejante pendejada contra Marco Rubio y el vociferante Tea Party. Si yo fuera las FARC, me resignaría a ver al antiguo banquero vallenato vivir (si a las condiciones de vida que tiene él se le puede llamar así) en las celdas de Florence, Colorado, acompañado de miembros de al-Qaeda, autores intelectuales de las bombas de Oklahoma City en 1995 y Atlanta en 1996, líderes de carteles mexicanos y pandillas neonazis, y célebres internos como el Unabomber o Richard Reid “el terrorista del zapato”.

El segundo tiro del pie de la izquierda viene no de su brazo armado, sino de su intelligentsia. El periodista holandés radicado en Medellín Adriaan Alsema revela en un artículo para Colombia Reports cómo uno de los intelectuales de izquierda más respetados, el profesor Renán Vega Cantor, utilizó en el reporte que presentó a la Comisión Histórica de los diálogos de La Habana datos que, en sus propias palabras “vio en televisión y no recuerda dónde”. El problema es que no es un dato cualquiera: en el informe de Vega, la hipótesis central sobre el origen del conflicto radica en la intrusión de los Estados Unidos (bestia negra para él) en el país. Para sostener su hipótesis, plantea que en cuatro años 53 menores de edad fueron violadas por soldados norteamericanos en Girardot y Melgar, áreas cercanas a la base militar de Tolemaida. ¡Y ese fue el dato que “vio en televisión”! Alsema, junto a Univisión, hizo una investigación seria que comprobó que, de los 53 supuestos casos de violación sólo hubo uno. Pero los supuestos 53 llegaron a agencias de noticias de todo el mundo, incluyendo los imparciales y ecuánimes canales de noticias Telesur y RT. La conclusión la dejo a la sensata opinión del periodista de RCN Jorge Espinosa:

En el medio académico, un error como el cometido por el profesor Vega significa el fin de su carrera docente. Infinidad de casos pululan de doctores, en todo el mundo, que han visto cómo un dato pequeño arruina años de investigaciones. Pero no estamos ante una investigación académica tradicional: es parte de los doce informes producidos por igual número de intelectuales que analizan los orígenes y consecuencias del conflicto armado. Sin temor a equivocarme, es la investigación más importante de la historia reciente de nuestro país. Y si uno de sus autores es capaz de tratar con semejante ligereza un dato tan importante, ¿cómo queda el resto de la investigación y sus autores? Sugiero, entonces, que algunos de los excelentes historiadores e intelectuales que tienen las universidades colombianas hagan el ejercicio más sencillo y más importante al que todo académico debe someterse al publicar cualquier texto: la revisión de pares, responsabilidad que, parece, le quedó grande a los dos relatores de la Comisión, Eduardo Pizarro y Víctor Manuel Moncayo.

Y el último no podría ser otro: Bogotá, el feudo particular de Gustavo Petro y sus mal llamados progresistas. Infinidad de veces he dicho, tanto en público como en privado, que no estamos ante un administrador o un alcalde, sino ante un megalómano al que le importa menos Bogotá y sus habitantes y más garantizar una futura y, ojalá, lejana presidencia. Para ilustrarlo quiero contar tres historias: Una amiga cercana, tras hacer sus estudios de derecho en el Reino Unido, volvió a Colombia con su esposo británico y a la espera de su primer hijo. A diferencia de muchos, que se quedan en su país adoptivo, mi amiga convenció a su esposo (también abogado) de invertir en el país y la ciudad que la vieron nacer. Contrataron una empleada y una niñera para su hijo, y -a diferencia de muchos- pagan sus impuestos regularmente. ¿Cómo les ha respondido Bogotá? Primero, con la inseguridad: han sido atracados, ella y su marido, incluso en algunos de los supuestamente más seguros barrios de la ciudad. Luego, con la ineptitud: vías cercanas a su casa en el norte de la ciudad están cerradas por supuestos arreglos que no se hacen y, cuando ella le pregunta a los trabajadores por qué no actúan, es increpada con insultos. Y por último, con el irrespeto: varias veces, cuando estuvo enferma y tuvo que ir a una clínica cercana, se vio interrumpida por marchas nocturnas de indignados y petristas que protestaban por la destitución de su Querido Alcalde. Lamentablemente, ella y su esposo se cansaron de una ciudad que los trata mal y, lejos de ser la Shangri-Lá en la que, según el alcalde que parece más un dictador risible de Tintín, es una jungla incontrolable. Viajarán, de nuevo, a Inglaterra, decepcionados por el manejo de la Bogotá «Humana».

Otras escenas recientes: hoy las tiendas militares están en su auge gracias a los que compran artefactos de defensa personal. Los aerosoles de gas pimienta, frecuentes en los peores años de los noventa, volvieron a estar en bolsillos y maletines de bogotanos hartos del atracador acechante, junto a otras armas más peligrosas, como tasers. Mientras tanto, se multiplican en YouTube los videos de las personas que, cansadas de vivir en el temor, atacan a ladrones hasta llevarlos al punto del linchamiento; mientras que los colados de Transmilenio hacen su agosto. Durante doce años, Transmilenio se estancó y, de las 16 fases que deberían estar listas hoy, sólo tres están operando. ¿Y sorprende que los portales y estaciones no den abasto? El problema no es el sistema: es la asociación absurda que los tres gobiernos de izquierda de Bogotá (Garzón, Moreno y Petro) han hecho con el alcalde que lo instauró. ¿Y la seguridad? Bien, gracias.

Una última escena: hace un par de meses, tuve una emergencia familiar que nos obligó a llamar una ambulancia. En medio del afán, no encontramos el número telefónico del operador privado y nos vimos obligados a llamar al 123, línea de emergencias del Distrito. Mientras la emergencia se hacía más grave, el operador de la línea nos hacía preguntas inútiles durante minutos que podían ser valiosos. Tuvimos suerte de que el familiar que tuvo la emergencia se mejoró y, para cuando llegó la ambulancia (una hora después), no había mayor inconveniente. Pero, ¿qué habría pasado si fuera una emergencia de vida o muerte, digamos un problema cardiaco, una convulsión o algo similar? Hace unos años, la línea 123 era relativamente eficaz. Ahora, es una línea inútil, casi tanto como poner una denuncia por el robo de un celular en Transmilenio.

Les confieso que todavía me sorprende ver gente que crea en la izquierda como una opción en Colombia. No nos han bastado los cientos de disparos en el pie que, durante los últimos cincuenta años, se han dado los distintos movimientos de izquierda (desde el asesinato de José Raquel Mercado, pasando por el show del Caguán, la protección que hizo el Polo Democrático a la cleptocracia de los Moreno -y por la cual nadie se ha preguntado sobre el papel de Clara López- y el petrismo, hasta la versión 2.0 del Caguán, La Habana) y han impedido que una izquierda propositiva, capaz de pensar más allá de su deseo de poder, se alce en Colombia. Mientras que los discursos de izquierda estén cooptados por personajes nefastos como Clara López, Jorge Robledo, Gustavo Petro, los chicos de la MANE y las FARC, no habrá futuro para la izquierda en el país.

Voyeur: Decidí en este post no hablar del paro de los educadores. Pero basta con decir que, más que un movimiento para apoyar las reclamaciones de cientos de docentes, fue un show de poderes de la izquierda (cada una con su peón en la dirección de Fecode), digno no de un grupo de profesores sino de Game of Thrones.  

En los oídos: Shake it off (Taylor Swift)

@tropicalia115

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