A propósito de The Endless River, el nuevo disco de Pink Floyd después de 20 años de letargo, para algunos fanáticos es inevitable recordar los primeros acercamientos a esta banda y, para aquellos que nacieron en Colombia, recordar el bochornoso primer y único concierto que David Gilmour ha ofrecido en nuestro país.
Si uno era un adolescente en Colombia a mediados de la década de los noventa, en esa etapa de la vida cuando se van descubriendo los gustos, aficiones -y hasta perversiones- que durarán por siempre, era difícil tener una visión amplia de lo que ocurría o había ocurrido en el espectro musical, incluso más difícil si uno vivía en ciudades perdidas en medio de la nada como era (¿o es?) Cúcuta en aquella época. Lo que sí plagaba los radios y televisores cada vez con mayor fuerza era el desabrido movimiento de rock en español, y, gracias a MTV y algunas pocas emisoras, algo de la efervescente corriente grunge y los últimos coletazos del glam ochentero.
En esa ciudad perdida en medio de la nada, sin embargo, y como ocurre en todas las ciudades, se gestan grupos de jóvenes con ínfulas de todo tipo: intelectuales, hippies, revolucionarios, etc., que pretenden empujar los límites de la realidad para asomarse a otras latitudes hasta ahora inexploradas por ellos. En aquella época, en la Universidad Francisco de Paula Santander, universidad pública de Cúcuta también conocida como la Pachoteca por las célebres fiestas y cantidad de cerveza que corría (¿o corre?) por su campus, se reunía un grupo bastante variopinto: universitarios revolucionarios pioneros en el lanzamiento de bombas molotov, marihuaneros que leían con devoción a Carlos Perozzo, poetas con pretensiones de artistas marginados y algunos adolescentes escapados del colegio (como era mi caso) en búsqueda de identidad. Es en ese escenario que un buen día un viejo con aura de sabio sicodélico irrumpió en una de las agitadas tardes de tertulia. Se sentó al lado, encendió un cigarrillo y comenzó a hablar con la sabiduría que queda después de haber sobrevivido a una larga vida de excesos: “Pink Floyd, chicos, es lo más grande que hay en el rock”, entonces nos mostró una caja donde llevaba varios vinilos bastante viejos y amarillentos y discos compactos para vender.
Ansioso por conocer nuevos mundos sonoros pero estancado en lo que ofrecía MTV y la radio convencional, escuché con atención las historias del viejo sobre el concierto The Wall en Berlín en 1990 [Ver video] -la más majestuosa epopeya rockera de todos los tiempos, según él- mientras miraba con curiosidad las cubiertas de los discos: un cerdo volando sobre el Battersea Power Station en Londres, un prisma en The Dark Side of the Moon, el juego de espejos del Ummagumma. Entre esa pila de discos estaba también el A Momentary Lapse of Reason, tal vez uno de los menos valorados y que tenía en la cubierta una serie de camas de hospital formando un largo camino sobre una playa y un tipo sentado pensativo en una de ellas. Hasta ese momento no tenía mayor conocimiento de Pink Floyd pero la cubierta era tan sugestiva que terminé comprando ese disco; ahí comenzó una afición que ha durado casi 20 años.
Varios años después, a principios de 2000, mientras me encontraba viviendo en Bogotá, me enteré de algo que sonaba a leyenda urbana: David Gilmour había dado un concierto en el estadio Pascual Guerrero de Cali el 4 de diciembre de 1992 al que asistieron menos de 3.000 personas y que la logística y el público fueron tan lamentables que Gilmour prometió no regresar a Colombia. Y no sólo Gilmour estuvo allí, se decía que en la misma tarima estuvieron nadie más ni nadie menos que Roger Daltrey (vocalista de The Who) y Phil Manzanera (guitarrista de Roxy Music). Los que sabían de ese episodio también decían que el guitarrista de Pink Floyd había venido a Colombia gracias a las buenas labores de Chucho Merchán, bajista colombiano con una larga trayectoria en Latinoamérica y el Reino Unido, pero que a pesar de sus buenas labores el concierto no salió bien. Es más, en una entrevista en El Tiempo en 2007 Merchán aseguró que la experiencia fue tan surrealista que incluso hubo problemas con narcotraficantes caleños pues al día siguiente jugaba un equipo de fútbol que era propiedad de ellos y no querían que les estropearan la gramilla del estadio.
La historia me parecía increíble por varias razones. Primero, porque en 1992 Colombia no era un escenario de grandes artistas internacionales, aunque el primero de gran magnitud y que abrió las puertas a otros grandes eventos -el de Guns and Roses en Bogotá- se había realizado unos días antes del concierto de Gilmour. Segundo, porque era extraño que se hiciera en Cali y no en una ciudad como Bogotá o Medellín, tradicionalmente más rockeras. Y tercero, porque cuando supe de ese concierto, a principios de 2000, no existía Youtube, entonces era más difícil encontrar evidencia.
Con el paso del tiempo y gracias a internet la leyenda del concierto de Gilmour en Cali dejó de ser tal. Hoy en día se consiguen varios fragmentos y una versión casi completa de ese insólito concierto sin precedentes hasta ese momento incluso en las más rimbombantes capitales del rock en Latinoamérica. Aquí [Ver video] hay una muestra de You Know I’m Right y los problemas de sonido que, a manera de presagio, tuvo que enfrentar Gilmour para ejecutar la canción.
Años después el otro gran ex Pink Floyd pisó un escenario colombiano, Roger Waters ofreció un concierto en Bogotá en 2007. Sin embargo, aunque Waters es el cerebro detrás de las letras y la majestuosa arquitectura de The Wall y otros discos, me gusta más el rol de Gilmour por su forma de tocar la guitarra. Si Waters le imprimió dramatismo a Pink Floyd, sin duda fue Gilmour quien le puso el sello melancólico a base de extensos y magistrales bends tan característicos a lo largo de toda la etapa posterior a Syd Barrett, convirtiéndose en uno de los guitarristas más influyentes de la historia del rock. Además, hay que reconocerlo, Waters canta horrible, Gilmour no tiene una gran voz pero lo hace mejor.
Sorpresivamente, el 7 de julio pasado Pink Floyd anunció en su cuenta de Facebook el lanzamiento de un nuevo material después de 20 años de ausencia. The Endless River, basado en música instrumental restante de las grabaciones de The Division Bell, será un álbum doble con 18 canciones y está previsto para noviembre de este año. Es vagamente posible que a raíz del lanzamiento de este nuevo material estos gigantes del rock progresivo –o lo que queda de ellos, es decir Gilmour y Nick Mason- se animen a hacer una gira mundial, sólo esperemos que a Gilmour se le olvide su promesa de no regresar a Colombia y podamos escuchar en vivo, ya sea en Cali, Bogotá o, por qué no, Cúcuta, algunos de sus solos más memorables.
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