No hay peor insulto para un hombre, especialmente si es latinoamericano, que le mienten la madre. Para la mayoría de los hombres, las madres son una especie de seres sagrados, puros, intocables y asexuados. Y sobre todo esto, asexuados, y están dispuestos a darse en la jeta con cualquiera que diga lo contrario. Sin embargo, recuerdo un chico que conocí en mi adolescencia que, según sus amigos, tenía una madre de dudosa reputación de oficios nocturnos. Todos entonces pensaban en lo vergonzoso que sería tener una madre puta, una madre que todo su grupo de amigos, es decir ellos, miraran con lascivia. Sin embargo, el chico amaba a su madre pues era una mujer dulce, encantadora y daba la vida para que sus hijos salieran adelante, aunque tuviera que ejercer el oficio de puta.
No volví a ver al chico hijo de madre de mala reputación, dicen que la encantadora señora se lo llevó a vivir a Ámsterdam, pero sí volví a ver a varios de sus amigos quienes creían que sus propias madres eran seres sagrados, puros, intocables y asexuados. Con uno de ellos en particular, varios años después, empezamos a compartir una afición obsesiva por la discografía de Pink Floyd, y sobre todo en una época reparábamos con mucha atención en el álbum The Wall, ese disco doble conocido por todo el mundo incluso por quienes no les gusta Pink Floyd, y por supuesto veíamos una y otra vez la película basada en ese disco.
Mi amigo pinkfloydiano, además de amar a su mamá y a Pink Floyd, amaba también la idea de conocer el mundo, viajar con una mochila por Latinoamérica y Europa, fumarse muchos porros en el trayecto y estudiar en alguna antigua universidad europea, en fin todos esos delirios tan atractivos para nuestras mentes jóvenes, ingenuas y con infulas intelectuales. Y siempre después de fantasear un rato sobre esa idea, apagaba el porro, se echaba gotas en los ojos para encubrir la traba y salía corriendo porque su madre, que había enviudado unos años atrás, le tenía rotundamente prohibido regresar a casa después de las 10 de la noche, y, por supuesto, también le tenía prohibido fumar porros.
‘Mother’ de Pink Floyd incluida en el álbum The Wall (1979)
Dejé de ver por mucho tiempo a este amigo pinkfloydiano, pero nos encontramos otra vez, ya con más de treinta años, gracias a ese gran basurero virtual llamado Facebook. Nos reunimos en un pueblo en el sur de Francia, estaba acompañado de una guapa francesa que era su novia y con quien compartía un piso, escuchamos de nuevo Pink Floyd y nos fumamos un porro mirando el Mediterráneo desde la terraza. Me contó que estudiaba un máster y cada vez que tenía tiempo salía a recorrer países acompañado de su novia y una mochila en su espalda, tal como lo había soñado. Le dije que me parecía genial lo del máster y le pregunté si había conseguido una beca o un trabajo o de qué manera se mantenía. Y me dijo que no, que no era necesario, ya que su madre, que siempre había sido una santa, le consignaba indefectiblemente, a pesar de que él ya sumaba más de treinta años, una cuota mensual a cambio de hablar con ella, también indefectiblemente, todos los días por Skype antes de las 10 de la noche. Y después de dicho esto mi amigo pinkfloydiano simplemente miró el reloj, me dijo que su novia francesa cocinaba casi tan bien como su madre, cerró los ojos y siguió escuchando el The Wall.
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