Una de las cosas que más disfrutamos con Liyila, además del sexo y ver películas de zombies (no necesariamente de manera simultánea), es compartirnos música. Prácticamente desde que nos conocemos -hace unos diez años- nos compartimos canciones, el problema es que Liyila casi siempre piensa que las canciones que le comparto tienen una especie de dedicatoria, cuando en realidad no, o muy rara vez esa es mi intención. Eso pasó por ejemplo la vez que, iniciando nuestra relación, le envié ‘La célula que explota’ de Caifanes, una canción bastante dramática según ella. Aún hoy día cuando de casualidad la escucha vuelve a poner cara de congoja y me dice «me acuerdo cuando me dedicaste esa canción».

Pero más allá de ‘La célula que explota’ puedo decir que hay tres momentos musicales con Liyila que recuerdo de manera especial. El primero tiene que ver con mi gusto por grabar cds recopilatorios de mis canciones favoritas -me gusta pensar que es una afición un poco a lo Rob Fleming, el protagonista de la novela Alta Fidelidad de Nick Hornby, aunque en realidad se debía a que en ese tiempo yo era más pobre que una rata y no tenía dinero para regalarle un cd original, lo que me llevó a grabarle para su cumpleaños un disco con diversas canciones que seleccioné cuidadosamente y que si mal no recuerdo eran de Portishead, Massive Attack, Radiohead y algo de Zoé. Lo que no había previsto era que dada su adorable y algo neurótica tendencia a creer que todas las canciones que le compartía incluían algún mensaje, escuchó ese cd hasta la saciedad tratando de encontrarle algún significado; de alguna manera ese regalo, que en realidad era muy simple, fue muy importante para ella, y también para mi al verlo en retrospectiva.

El segundo momento fue el concierto de Paul McCartney en Bogotá. Ella me decía que, excepto en la cama, soy un tipo bastante frío, que muy pocas cosas me emocionan, que en los conciertos simplemente me quedo quieto mirando y escuchando. Es cierto que odio las multitudes, pero eso no quiere decir que no disfrute ni me conmueva en un concierto. Sin embargo, lo que realmente me conmovió esa noche del concierto de McCarnety en Bogotá fue vivir esa experiencia con Liyila, ver cómo se emocionaba y le caían lágrimas cuando sonaba alguna de sus canciones favoritas de los Beatles, como ‘Hey Jude‘ o ‘And I Love Her‘. Claro, ella es una chica dulce, qué otro grupo le podría gustar más en la vida que los Beatles.

Y el tercero tiene que ver con una difícil estancia en Berlín, cuando uno piensa que tal vez el amor ya no da para tanto. Liyila sabe de mi afición por Pink Floyd y desde hacía tiempo habíamos encontrado en el álbum The Division Bell una obra que disfrutábamos juntos y que a ella en particular le producía serenidad, lo escuchaba siempre en su totalidad, desde la primera hasta la última canción, le ayudaba a relajarse incluso en los momentos más difíciles. Ese disco lo escuché en esa época muchas veces desde su portátil, mientras ella trabajaba en su tesis de máster y yo me perdía entre mis pensamientos y mi egoísmo, y de alguna manera nos ayudó a sobrellevar mis mentiras, los odios, el frío del invierno y la soledad de la ciudad.

Hoy en día afortunadamente nos seguimos compartiendo canciones, lo cual es una señal de que a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos aún nos queremos. Y como estamos en septiembre, el mes de los enamorados, aprovecho para compartirle (y dedicarle) otra canción a Liyila: ‘Harvest Moon’, del viejo y sabio Neil Young, una canción que quisiera bailar con Liyila por el resto de la vida, una canción sobre el amor, sobre una pareja que sale de su casa para bailar bajo la luz de la luna, como en una especie de ritual de novios para celebrar el haberse conocido, haberse convertido en amantes, tener hijos, y, sobretodo, que a pesar del tiempo y las dificultades siguen enamorados.

Harvest Moon – Neil Young (1992)

 

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