Hace un tiempo una compañera del doctorado en economía me insinuó que si yo dedicara menos tiempo a leer novelas y magazines musicales y más al doctorado ya habría publicado más artículos académicos. Tal vez sí, o tal vez no. Tal vez simplemente habría enloquecido o, aun peor, habría muerto de tedio. Admiro a la gente que dedica su vida a una sola cosa, pero yo no podría hacerlo.
Es por eso que cuando leí el discurso “Una última lección” que Alejandro Gaviria dio hace unos días a unos graduandos de economía me sentí plenamente identificado. Alejandro toca varios temas, pero en particular el primero, la idea de no perseguir un único objetivo en la vida sino más bien varios y cuanto más disímiles mejor, fue el que más me llamó la atención porque es, quizás sin darme cuenta, lo que ha orientado mi quehacer diario. Alejandro Gaviria es, por supuesto, un tipo brillante, esa fue la primera impresión que tuve de él cuando, siendo todavía un estudiante de economía, leí sus trabajos sobre movilidad social en Colombia. Pero además de brillante académicamente, también comenzó a parecerme un buen tipo cuando empecé a leer sus columnas de opinión en El Espectador y, además, su ensayo sobre Joseph Conrad publicado en El Malpensante, el cual, sea dicho de paso, inspiró a Juan Gabriel Vázquez para escribir la novela Historia secreta de Costaguana. Pero esa sensación de “complicidad” por las buenas letras no la he sentido solamente al conocer las aficiones literarias de Alejandro Gaviria, sino también, por ejemplo, cuando supe del curso de novela negra que dicta Rudolf Hommes, cuando leí algunos ensayos muy personales de Salomón Kalmanovitz, las novelas del economista español José Luis Sampedro, o, hace mucho más tiempo, cuando asistía a clases de teoría económica en las cuales Jorge Iván González divagaba entre teoría, literatura y la realidad colombiana para al final conectar todo de una forma magistral.
No creo que dedicarle tiempo a leer una buena novela o aprender de música o cualquier arte implique un gran «costo de oportunidad» para nuestros objetivos académicos; al contrario, nos puede complementar y, quizás, hacer mejores personas. De hecho, tengo que confesarlo, me resultan bastante aburridos, a menos que sean sobre economía política, muchos congresos académicos, y también creo que muchos economistas colombianos de mi generación son monotemáticos, o, más bien, bi-temáticos, están obsesionados con dos cosas: publicar algún artículo en el journal más prestigioso y ostentar algún puesto de poder en el gobierno de turno. Sin embargo, entre los de mi generación también hay varios, con gran proyección profesional -que seguramente llegarán a ser ministros o respetados profesores, que siempre espero encontrarme en esos congresos, pero no sólo porque son economistas sobresalientes, sino también porque nos podemos evadir de vez en cuando del espectáculo académico para sumergirnos en una conversación sobre algún álbum de rock o alguna buena novela o el partido más reciente de la Champions League, o incluso hablar de proyectos de vida alternos que no tienen nada que ver con la academia, sino, más bien, de alguna u otra forma con el arte.
Tal como lo decía Alejandro, uno debería tener en la vida un plan b, un plan c y un plan d, y, desde ya, aprender a amar lo que somos y desprendernos de lo que quisimos ser. Por mi parte, ya sea como economista con ínfulas de melómano, como periodista, como bloguero, o como lo que sea, entendí la lección de Alejandro, y desde ya empezaré a aceptar lo que soy y a desprenderme de lo que nunca seré, lo cual, humildemente, creo que es una de las claves de la felicidad.
Twitter: @tornamesa_blog