Ana encarnaba el dolor de un pueblo que aún se siente incompleto, partido a la mitad. Las épocas de tranquilidad, prosperidad y felicidad nunca regresarán por completo, pues aún falta que regresen los que se fueron por temor, y por temor no han vuelto; además, hay muchos que ya nunca regresarán.
Desde hace un tiempo, desde el programa ANDA venimos desarrollando Proyecto 43: Una serie documental que busca retratar cada una de las comunidades en las que hacemos intervención, sirviendo como herramienta de construcción de memoria histórica y de gestión comunitaria.
Lo que inició como una respuesta a la necesidad de explorar lenguajes para ampliar el impacto de los Planes de Desarrollo Comunitarios se ha convertido en toda una aventura para el equipo de producción, quienes hemos podido descubrir paisajes, historias, personas y experiencias que enriquecen desde cualquier punto de vista el imaginario de la región, que incluso, es desconocido para muchos en el interior del país.
Lágrimas y abrazos en el corregimiento Córdoba.
Para llegar al corregimiento Córdoba, hay que salir hasta la Troncal de Occidente, pasando por los municipios de La Apartada y Buenavista, luego entrar por la vía al Anclar, y atravesar las comunidades de Villa Fátima, y el Viajano. Todos los anteriores mencionados (municipios, corregimientos y veredas), sin excepción, han sido históricamente azotados por la violencia, pero Córdoba, particularmente Córdoba, es quizá uno de los corregimientos y caseríos en que más impacto tuvo, especialmente, la guerra Post-Desmovilización del paramilitarismo en donde la comunidad, años atrás, fue víctima de una masacre en la que varias personas fueron asesinadas a plena luz del día en la cancha de fútbol.
Desde que comenzó la aventura de realización de Proyecto 43, hemos tenido la oportunidad de conocer muchas personas alrededor de las comunidades alejadas y vulnerables del Sur de Córdoba. De conocer las historias sobre los tiempos pasados, la fundación de sus caseríos, sus costumbres y tradiciones, sus personajes. Hemos podido compartir con ellos la oportunidad de construir un poco de memoria histórica a través de nuestras charlas, con la excusa de realizar una película. Pero dentro de todos estos ejercicios, sin embargo, después de cada conversación queda la sensación de que está faltando algo.
Por lo que se reseña en los libros, las charlas, y lo que la gente dice, es sabido que todas estas comunidades estuvieron expuestas directamente al conflicto, pero dentro de la indagación inicial para el proyecto, este tema ha sido poco tratado, se ha consultado poco por el, por lo que se ha tratado de incluir en el universo audiovisual que estamos construyendo, de una manera en la que se resalten las acciones transformadoras de personas que han dejado atrás ese pasado violento.
Sin embargo, cuando se pone el tema sobre la mesa, se evidencia la incomodidad, el malestar, y la tristeza; por lo que surge una pregunta significativa ¿cómo abordar el tema complejo de la violencia con una comunidad que perdió sus familias y sus tierras en ese proceso?
Llegamos a la comunidad de Córdoba. Las personas estaban reunidas. Como siempre, el realizador/ investigador del proyecto rompió el hielo hablando de su vida, de sus gustos y de las cosas que le generan cercanía con el entorno. Luego cada uno de los seres humanos allí presentes hicieron lo mismo, se presentaron, hablaron de sus vidas, hicieron chistes entre ellos. Generaron un ambiente familiar de confianza, conversaron sobre los primeros fundadores de la comunidad, los tiempos antiguos: Los títeres de don Abraham, las carreras de caballos, la llegada de los Londoño.
Era inevitable, surgió un tema: La violencia política de los años 50. Los más viejos recordaron los tiempos en los que después de votar, todos los liberales trataban de quitarse las manchas de tinta roja que quedaba en sus dedos para que la Popol, policía de corte conservador, no los ultrajara. Con dificultad contaron un poco del proceso de llegada del EPL en los años 80, y los episodios de abusos por parte de los mismos durante esta época hasta su desmovilización.
Pero todo cambió cuando se indagó sobre las violencias recientes… Un silencio abismal se apoderó de la casa comunitaria, que a esa hora, tres de la tarde, estaba a más de 35 grados centígrados… Sus miradas cayeron al piso.
“Yo me sentí impotente. Quería entenderlos un poco más, conocer un poco más de sus almas marcadas, entender y compartir su dolor, quería comprender un poco más la realidad de aquellas personas, la realidad de mi país, y generar desde mi trabajo alguna reacción que ayude a construir paz y aportar a la mitigación de las afectaciones, a la construcción de la memoria histórica para tenerla como un referente en la construcción del futuro. Sin embargo, allí estábamos, sepultados por el silencio, un silencio denso, pesado, que oprimía el pecho” Aseguró Cristian Ávila, realizador del Proyecto 43 que de inmediato generó la siguiente pregunta: ¿cómo construir paz desde uno mismo?
La pregunta, por un momento, profundizó el silencio; aunque esta vez era un silencio menos sofocante. Después de un par de minutos, Ana*, empezó a responder: “La mejor manera de construir paz es sacar las amarguras de nuestros corazones…”, Y mientras ella contaba las cosas que tuvo que sortear, siendo presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC), tratando de trabajar por la comunidad en medio de los bandos, del fuego y de los muertos, las amarguras de muchos corazones allí presentes empezaron a brotar.
Ana encarnaba el dolor de un pueblo que aún se siente incompleto, partido a la mitad. Las épocas de tranquilidad, prosperidad y felicidad nunca regresarán por completo, pues aún falta que regresen los que se fueron por temor, y por temor no han vuelto; además, hay muchos que ya nunca regresarán.
Después de las palabras de Ana, otros se animaron a hablar, no necesariamente para responder la pregunta, sino simplemente para sacar lo que por mucho tiempo, quizá muchísimo, se escondía en su corazón. Manifestaron la preocupación por las afectaciones de los niños pequeños, que aún temen a un uniforme de policía o de soldado, y los hace salir corriendo a esconderse bajo la cama; y justifican la rebeldía y descomposición de los más grandes que son incapaces de olvidar la crueldad que vieron cuando pequeños. Narraron la pérdida de hijos y esposos, los abusos de uno y otro bando y las marcas que todo esto ha dejado en ellos.
Por un momento dejamos de pensar en la película.
Clara*, una de las más jóvenes del grupo, tomó la palabra. Nos explicó cómo para ella una manera de construir paz era a través del deporte. Contó lo mucho que le gusta jugar fútbol en las tardes, integrarse con otras mujeres del pueblo, enseñar a jugar a las más chicas, y de una u otra manera brindar entretención al pueblo en medio de recuerdos fastuosos. Mencionaba, encantada, la alegría que le producía recorrer cada palmo de aquella cancha que conocía a la perfección, a pesar de que se acordaba en detalle de donde exactamente cayó, en la misma cancha, cada uno de sus compañeros, amigos, familiares, vecinos y hermanos durante la época en la que a cualquiera mataban por cualquier cosa, a cualquier hora, con cualquier pueblo completo observando, cómo hoy en día, en la cancha de Córdoba se presencian los partidos de fútbol.
El silencio fue el mayor acercamiento hacia la respuesta para la pregunta formulada. Con mucho respeto, Cristian le pidió a las personas que le permitieran cerrar la actividad con un abrazo. Algunos fueron apretados, otros con nervios… como con cosquilleos. Salimos sin tener ni idea de que va la película, pero con el compromiso de construir un relato respetuoso y coherente que ayude a resignificar la memoria y abra nuevos caminos de esperanza hacia un país en paz. Porque con Pequeñas Acciones, nos acercamos a Grandes Cambios.