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María Eugenia está sentada en la segunda fila del auditorio ubicado en uno de los lugares del Pasaje del Sol en Montería. Con delicadeza se frota las manos mientras espera a que comience la ceremonia. En el lugar hay muchas personas más, son alrededor de cien, que como ella, están a la expectativa del inicio de la jornada de graduación del Programa ANDA, en la que recibirán el diploma que los certifica como nuevos empresarios.

El común denominador de los asistentes, además de las unidades productivas nacientes con las que esperan mejorar su calidad de vida, es que algún día vivieron el flagelo del desplazamiento forzado y/o llevan muchos años sobreviviendo a la extrema pobreza.

Su voz es delicada, suave, de esas que son capaces de arrullar, pero que a su vez, cuando entra en calor, es capaz de levantar al público en cualquier escenario. De eso se trata su proyecto de negocio, nació para cantar, ha cantado para sobrevivir, incluso, hace unos años, grabó algunas canciones con los hijos del “Rebelde del Vallenato” Alfredo Gutiérrez.

La familia de María Eugenia es de origen Antioqueño, de esos trabajadores incansables que entre el campo y los negocios amasaron situaciones económicas envidiables; sin embargo, el destino se encargó de cambiar el rumbo de lo que ella consideraba, el camino al éxito. – Vivíamos en Bucaramanga, éramos 6 hermanos y todos estudiábamos en buenos colegios. Mi papá y mi mamá tenían un matrimonio bonito, y a mi papá le iba bien en sus negocios. El 19 de Abril de 1985, cuando yo tenía 15 años, tuvo que hacer un viaje hacia el Sur del Cesar y en la vía que comunica a Rionegro con San Alberto, el carro en el que iba se estrelló y no hubo nada que hacer – Asegura María Eugenia mientras su mirada se pierde en el recuerdo.

Ahí comenzó el calvario. La historia de la familia dio un giro de 180 grados pues el bastión ya no estaba y el mayor de los hermanos asumió las riendas del hogar. Era inexperto y se equivocó, hizo malas inversiones, entre ellas, la compra de una finca en Sabana de Torres que en ese entonces era un lugar azotado por la inclemencia de los grupos al margen de la ley. No pasó un año para que un 31 de diciembre uno de los grupos armados llegara a la propiedad y obligara a la familia “a las malas” a salir corriendo, sin rumbo y con mucha prisa.

La mamá de María Eugenia era de Montería y de entrada fue el primer destino que barajaron para ir en busca de apoyo, pero había tantos duelos de por medio que hicieron de tripas corazón e intentaron sobrevivir en Santander con lo poco que les había quedado. Lamentablemente, al cabo de un año lo único que tenían era una sensación constante de miedo.

La Montería del 2016 es distinta a la Montería de ese entonces. La Montería en la que María Eugenia espera el diploma de graduación como emprendedora es una ciudad con infraestructura, una ciudad que ha tenido que ampliar su aeropuerto para hacerlo internacional pues cada día llegan más personas interesadas en hacer inversión, una ciudad en la que en algunos sectores aún hay dificultades de cobertura de servicios públicos, pero en el fondo, una de las ciudades con mayor desarrollo en la costa caribe del país. Una ciudad en la que Programas de Cooperación Internacional han puesto su mirada pues en décadas anteriores se convirtió en punto de concentración para víctimas del desplazamiento del Norte de Antioquia y del Sur de Córdoba, principalmente.

La Montería de ese entonces significó un choque cultural enorme para María Eugenia y su Familia. Pasaron de vivir en una casa a acomodarse en una parcela en la que no había camas, no había fluido eléctrico, y para bañarse, tocaba ir en burro a recoger el agua a una ciénaga. Por lo que en un momento de desespero, decidió regresar a Santander sin decirle a nadie. – No tuve de otra que moverme para poder comer, estaba sola. Como siempre he sido grande y gordita, eso me ayudaba a parecer de más edad podía conseguir trabajo sin tanta dificultad, y creo que fue gracias a eso, que me inicié en el camino de la música, sin saberlo, ahí comenzó el sueño que hoy estoy materializando. De las malas experiencias también quedan cosas buenas – Sonríe María Eugenia.

Se aprendió 3 canciones de la cantante de rancheras Yolanda del Río, una de ellas se titulada “La Hija de Nadie” muy acorde a su situación de soledad del momento, y fue a una taberna de mariachis donde al escucharla le permitieron cantar. Fue una época que pese al dolor que llevaba a cuestas la conectó con una de las pasiones de su vida, además de tejer y cocinar. Pero su travesía no duró, la soledad le pasó factura y pronto regresó a Montería. De Montería se fue con toda su familia a vivir a Sincelejo en donde su hermano, tratando de remediar todo lo que había perdido por las malas decisiones después de la muerte de su padre, había conseguido un empleo y les había hecho muchas promesas.

Después de los himnos y la lectura de la agenda de la jornada de graduación, la maestra de ceremonia anuncia la intervención de María Eugenia, participante del Programa implementado por Global Communities y financiado por la BSC-BHP-Billiton Sustainable Communities. Para la ocasión preparó tres de sus temas favoritos: Señor, de Helenita Vargas; Aunque me Cueste la Vida, de la Sonora Matancera; y Demasiado Tarde, de Ana Gabriel. Paradójicamente todas relacionadas con el desamor, el fin de la esperanza y lo imposible, pero desde su interpretación, llevadas a un plano lleno de sueños y esperanza.

Antes de iniciar con la primera de las canciones María Eugenia recuerda a su hermano, ese que había conseguido el trabajo en Sincelejo. Mira al cielo y con una voz muy cálida, casi en voz baja cierra los ojos – Te recuerdo – Recuerda a su hermano que estando en Sincelejo de nuevo tuvo un choque con el destino al relacionase con una afamada empresaria de los juegos de azar, con la que terminó su vida, y de nuevo, como al inicio de la historia, tuvieron que desplazarse a la ciudad de Montería.

María Eugenia tenía claro que no podía seguir deambulando para echar raíces. Ya no estaba sola, a su paso, además de la responsabilidad de su mamá que con el tiempo envejecía, ya tenía una hija que había nacido en su paso por Sincelejo, por lo que al enterarse de una audición para cantante principal para un mariachi, no dudó en asistir. – Era un proyecto musical de los hijos del señor Pedro Ghisays, bastó interpretar un par canciones para que decidieran que fuera yo la persona que interpretaría los temas por los siguientes 10 años – Fueron tiempos de escenarios y de mucha noche, María Eugenia creció como artista. Encontró en la oportunidad que le dieron la posibilidad de profesionalizar el talento que empíricamente había forjado; sin embargo, en el año 2015 hizo un alto en el camino, ya sabía vivir con lo que tenía, pero 10 años no habían sido suficientes para salir de la inmensa depresión que la vida había acumulado en su corazón.

Una vecina del barrio en el que María Eugenia vive en Montería le contó sobre un Programa que tenía como objetivo la construcción de proyectos de vida. A María Eugenia le causó curiosidad el término proyecto de vida pues no sólo se trataba de la implementación de emprendimientos que permitieran nuevos ingresos a familias vulnerables, sino el mejoramiento de la calidad de vida desde el plano emocional. Y así fue, María Eugenia le pidió los datos a su vecina y al día siguiente estaba en las oficinas del Programa ANDA.

Durante un año recibió capacitación empresarial y talleres en donde pudo evaluar su presente, reconstruir su pasado y planear su futuro. Llenó vacíos e identificó el nuevo punto de partida, en el que el principal bastión sería su familia. Por eso la importancia de la ceremonia en la que después de las canciones de María Eugenia, Ricardo Domínguez Villamil, Gerente del Programa ANDA, presidió la entrega de los certificados a 96 participantes, víctimas y/o vulnerables, que como María Eugenia decidieron volver a empezar.

Cuando María Eugenia tuvo que elegir la que sería su unidad productiva pensó en incursionar en el rubro de las comidas rápidas, de los fritos que son tan apetecidos en la capital del departamento de Córdoba; no obstante en los talleres vocacionales reconoció que no podía obviar el don que como lo dice ella – Dios le había dado – Por lo que direccionó la idea de negocio a la consolidación del sueño que la violencia de nuestro país le había le había negado. Y así fue formalizó su portafolio de servicios, se le está elaborando material promocional en torno a su propia marca como cantante, le entregaron equipos de amplificación… pero lo más importante, le ayudaron a volver a creer.

Hay quienes le dicen a María Eugenia y a su mamá que por la coyuntura que atraviesa el país regresen a reclamar las tierras de Sabana de Torres. Para ellas sólo son terrenos pantanosos en los que tuvieron el encuentro con la desgracia. Esa es la realidad de muchos de los asistentes a la ceremonia de graduación, no quieren volver al punto de partida, han comenzado a olvidar, han comenzado a creer, y con una copa en alto, brindando por lo presente y lo futuro, han comenzado a ANDAR.

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