Hace un año y medio inicié un gran viaje que cambió mi vida, el embarcarme en este proceso me ha ayudado a reconocer e identificar mis capacidades de liderazgo y gestión comunitaria y económica en nuestra comunidad. Este ha sido sin duda un recorrido lleno de aventuras, aprendizajes, empoderamiento, emprendimiento, fortalecimiento creativo y enriquecimiento de mis capacidades y habilidades.
Al verme en el espejo de la vida me veo como una mujer que a pesar de las dificultades ha podido generar cambios positivos incidiendo en la transformación de mi comunidad. Creo firmemente que mi labor está dejando huellas imborrables en mi comunidad, pintando hermosos dibujos de respeto y amor en el corazón de las personas, cimentando bases sólidas de trabajo en equipo, entonando una canción que inspira a las nuevas generaciones a unirse a nuestro trabajo, construyendo futuro con pequeñas acciones que al paso de los años producirán frutos de bienestar y sana conciencia.
Al mirar atrás puedo darme cuenta lo mucho que he cambiado mi perspectiva de ver que la vida cambió, pasé de pensar en mi de una manera individual para empezar a pensar en los demás pensar en lo colectivo; pensar y movilizar mis esfuerzos y creatividad para trabajar por el bien común.
Esto empezó cuando fui invitada a participar en una reunión de Comité de Gestión de mi barrio, donde presentaban a la comunidad el Plan de Desarrollo Comunitario, una herramienta que permite a las personas visibilizar sus necesidades y unir esfuerzos para solucionarlos. Ese día fui inspirada por ese grupo de hombres y mujeres esforzados en servir al barrio Divino Niño, sin intereses y sin ninguna motivación personal. Vi en ellos un deseo fuerte y unánime de cambiar lo que estaba mal, sin ayuda de gobiernos locales ni politiquería. Así que decidí aportar mi granito de arena.
Aunque los tropiezos han sido muchos, en muchos casos el desaliento me ha embargado. Cada vez que en esta labor obtenía una victoria, la alegría del momento me daba satisfacción y gozo, seguido de eso llega ese momento de desmotivación, ese punto de quiebre de sentirme cansada y sin ganas de seguir. Algunos factores externos como la irresponsabilidad la búsqueda de intereses personales y la mala comunicación del Comité de Gestión Comunitario, me invitaban a abandonar la tarea. Por otro lado el querer priorizar mis necesidades vino aún más mi deseo de no querer continuar. En mí se perdió esa chispa de querer avanzar, no había motivación ni propósito para seguir realizando este trabajo comunitario.
Después de un largo periodo de desinterés por el trabajo comunitario entendí que siempre nos encontramos con dificultades y laberintos que al parecer no tienen salida en la lucha, rendirme significaba un retroceso. El hecho de reconocer que esta labor está llena de obstáculos que me podían enseñar principios prácticos para mi vida, me ayudó a levantar la cabeza y continuar andando.
Estoy empoderada de conocimientos que me permiten generar cambios, junto con el colectivo de comunicación producimos contenidos y escritos audiovisuales para informar a la comunidad, podemos contar historias de reconciliación y perdón que inspiran a los demás. Generamos cambios en la comunicación asertiva entre el Comité de Gestión y la comunidad, fomentamos espacios que ayudan a los habitantes del barrio a crear nuevos hábitos y cambios en sus formas de pensar.
Hoy más que nunca quiero seguir este camino, porque los logros han sido satisfactorios, las aventuras, desafíos y triunfos nos han ayudado a ser ejemplo de superación. Entiendo que el camino está lleno de baches, tropiezos y dificultades. Pero que hacen parte también del paisaje, que significa que superarlos será un nuevo aprendizaje.
Texto escrito por: Keren Zuleta de la Comunidad Divino Niño en La Apartada.
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