Si las elecciones estuvieron plagadas de confusión e incertidumbre, el próximo gobierno no decepcionará. La polarización seguirá siendo protagonista: un 48 % del voto popular es de Trump, de su gestión y discurso. Conciliar demandas de empleo y reactivación con restricciones sanitarias y un nuevo mapa político súper radicalizado será difícil.
Cinco claves de las elecciones más anticipadas en décadas (Primera parte)
1. Trump se va pero el trumpismo sigue
Autoproclamándose ganador y sembrando dudas sobre todo lo demás; demandando recuento en Arizona y pidiendo que pararan de contar en Pennsylvania y Michigan, cuando iba ganando, antes de contar los votos por correo: Así se despidió Donald Trump de su último plebiscito frente al electorado estadounidense. Para completar, la transmisión de su último discurso como presidente-candidato fue interrumpido abruptamente en los medios masivos, por el calibre de las mentiras en sus acusaciones de fraude al colegio electoral.
La decena de demandas en varios estados para efectuar nuevos conteos no van a prosperar si las diferencias en estados como Arizona sigan siendo superiores a los 10 mil votos. Para cualquier candidato sería tiempo de asumir con entereza la derrota, pero no para el candidato-presidente. Trump es el vecino que tuvimos todos de chicos, ese que reclamaba cambios en las reglas de juego hasta que cambiara el marcador y ciertamente, murió en su ley como decimos en Latinoamérica.
Sorprendentemente el populista más volátil de occidente mantuvo su discurso radical y beligerante contra el stablishment liberal hasta el final. Se rehusó a condenar a los movimientos racistas, a los negacionistas de la pandemia y justificó las teorías conspirativas alegando que cualquier cosa es mejor a que el fantasma socialista se apodere del país.
No cedió un ápice, ni para reconquistar a las madres de familia republicanas en los suburbios de Arizona, Nevada o Georgia que tanto le reclamaron en su partido. Trump fue fiel al abrazo de la frágil clase obrera blanca y del agricultor gringo, quienes encontraron en su discurso un «nosotros» convincente.
Sin embargo, la pandemia, la exacerbación del odio y su hedonismo político dejaron a los republicanos sin presidente, porque de haber podido elegir entre perder la presidencia pero mantener mayoría en el Senado, Trump claramente no hubiera accedido. El país ha girado en torno a su figura y sigue configurando la agenda noticiosa a partir de sus tweets mañaneros y sus fantasías políticas.
¿Y el país republicano?
No obstante, con casi 70 millones de votos, lejos de estar sepultado, el trumpismo es un polo ideológico y político clave para el futuro republicano. Lo es también para identificar pistas del futuro del país y para los demócratas, por supuesto; porque ya está claro dónde tienen que concentrar sus esfuerzos si de verdad van a trabajar por los que menos tienen, como dicen desde hace décadas. La tierra de oportunidades iguales que le compramos a Barack Obama, todavía se ve muy lejos en el panorama.
Odio made in USA
El meteórico debut de Trump en la política de los Estados Unidos deja la sensación de que las claves ideológicas con las que él entiende el país y las banderas radicales que ha izado en su discurso, nunca dejaron de existir en los EE. UU., sino que hibernaron unas décadas apenas. Estos cuatro años asistimos a la faena de un país racista, radicalmente desigual en su formación escolar y en conflicto con su esencia, la de sus orígenes liberales y multiculturales.
Aun así, la respuesta generada al desafío racial y xenófobo ha probado que buena parte del compás ético y moral de la nueva generación estadounidense sigua bien ubicado, los jóvenes toleran menos y exigen más. Muchos ciudadanos se dieron cuenta, con dolor, que las imágenes que vieron con indignación y pena ajena en Vietnam, Camboya, Sudáfrica o Panamá en las últimas décadas del S.XX son similares a las de las protestas de 2020 en Portland y Mineápolis o a las de los migrantes enjaulados en Mc Allen, Texas.
Hoy, quizás, es el propio electorado conservador estadounidense quién más está cuidando de su partido. Quizás las derrotas en Arizona y Pennsylvania son la cachetada que necesita el séquito republicano, que ha defendido y justificado sin contemplaciones cada salida en falso de su presidente; sin querer discernir los logros de los errores, sin preguntas y sin crítica, el elemento clave de todo proceso democrático.
Bob Casey, senador demócrata de la Commonwealth de Pennsylvania describió el apoyo a Trump fuera de los centros urbanos como «algo nunca antes visto, ni siquiera con Reagan» según Casey «los votantes rurales del midwest que conquistó Trump seguirán siendo fieles a su figura y su discurso a pesar de la derrota». El próximo presidente de los Estados Unidos a a tener una tarea titánica si quiere reconciliar las facciones enfrentadas de un país divido y en crisis. El mundo necesita que esa tarea se complete a tiempo y con éxito.