«Todos en algún momento de nuestra infancia deseamos escaparnos de nuestra casa. Veíamos todo color de rosa y pensábamos que el mundo exterior era sólo para dormir y jugar. Creíamos que emanciparnos nos daría la posibilidad de comer lo que quisiéramos, de no ir más al colegio, ni hacer las tareas que tanto nos atormentaban. Por lo menos Yo en un par de ocasiones hice maletas jajajaja…»

La utopía de vivir solos de un día para otro se nos vuelve realidad, no sabemos ni cuando, ni cómo, pero terminamos saliendo del hotel papá y mamá; en donde eramos los reyes y señores. Esto no es nada fácil y más cuando no sabemos ni fritar un huevo. Porque justo en el momento en que por fin logramos independizarmos es cuando nos damos cuenta que los platos, ni los baños se lavan solos; que la comida no llega a la nevera por arte de magia y que la plata para pagar los servicios no sale de un árbol de dinero. Es ahí cuando comenzamos a sufrir del «Síndrome del recién Independizado», el cual amenaza con hacernos retornar a casa.

Por más que creamos estar preparados para afrontar la experiencia de vivir solos, no es un secreto que los primeros días de esta etapa se convierten en un caos ¡Se nos olvida hacer todo! Siendo éste uno de los síntomas más confusos del síndrome. Sus manifestaciones se dan cuando por primera vez hacemos mercado, ya que se nos olvida qué comprar, luego nos antojamos de todo y terminamos comprando como si fuésemos a preparar comida para un ejercito. Por último el 80% de las cosas que compramos se terminan dañando o venciendo, perjudicando dramáticamente nuestra economía.

Lo mismo sucede cuando nos toca lavar, ya que la ropa nos queda peor que cuando la metimos a la lavadora. Esto nos pasa una y otra vez, hasta que por fin cogemos la caña para hacer estos quehaceres que parecen sencillos. Pero pese a creer que tenemos todo bajo control, el síndrome se sigue manifestando cuando omitimos cosas aparentemente sencillas como botar la basura  y terminamos con la casa llena de moscas o cuando se nos olvida cerrar la llave del lavamanos y el recibo del agua nos termina llegando por un ojo de la cara.

Por andar tan embolatados, nuestro nuevo hogar termina luciendo como Japón después del tsunami. Todo porque cuando nos mudamos, antes de pensar en organizar nuestras cosas y hacer oficio, lo primero que se nos viene a la mente es en hacer el súper parrandón de bienvenida; tal cual proyecto X. Lo chistoso del asunto es que planeamos y planeamos el rumbón, y a la final no terminamos haciendo nada. Pero cuando llega el grandioso día en que hacemos la primera rumba, tiramos la casa por la ventana y nos gastamos hasta la plata de los servicios, justo allí el síndrome vuelve a aparecer.

No es nada chévere vivir lo anterior, por ello si estás en esta situación o si estás planeando independizarte y quieres librarte de esa disyuntiva, es importante que:

  1. Hagas un horario para hacer los quehaceres del hogar.
  2. Aprendas a comprar para uno.
  3. No olvides vivir y comer de manera saludable.
  4. Mantenerte en contacto con amigos y familiares.
  5. Asumir responsabilidades y no dejar nada para después.
  6. Tener una buena fuente de ingresos.
  7. Que tu nuevo hogar no se convierta en un motel.
  8. Aunque tengas la libertad de hacer lo que se te antoje, siempre ponte un límite.

Después de la tormenta llega la calma, luego de un tiempo vamos logrando acostumbrarnos a esta nueva vida que nos permite madurar y ganar responsabilidades, dejando atrás al «Síndrome del recién Independizado». Eso sí, a muchos les queda un poco grande la tarea y el síndrome se les agudiza tanto que los hace regresar al regazo de sus padres. Otros, logran a plenitud superar la etapa de crisis y convertirla en un nuevo camino. Eso sí, sin olvidar que no hay nada mejor que vivir en el «hotel papi y mami».

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 Alvaro J Tirado R.

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