Escuché por primera vez el caso de la Hermana Gloria Cecilia Narvaez cuando en misa el sacerdote de la parroquia inmaculada concepción en Bogotá pidió por su liberación en las intenciones de la eucaristía. Admito que le resté importancia, porque hasta la fecha no había escuchado noticia alguna sobre el caso y me parecía algo un poco exótico el hecho de su secuestro en África en manos de «Al qaeda». Para ese entonces la hermana Gloria llevaba poco más de tres años en manos del grupo terrorista y en Colombia poco o nada su situación ocupaba titulares.
Gracias a esa desidia de los medios de comunicación, el martirio en vida de la hermana Gloria pasó inadvertido, también ese olvido era alimentado por las escasas pruebas de vida que llegaron de África (no más de cuatro o cinco, luego de más de 1700 días raptada). Quizás también se le restó importancia porque era una ciudadana sin relevancia política, humilde y aquí en Colombia nada aportaba a nuestra guerra de nunca acabar entre derecha e izquierda. A decir verdad, Al qaeda, nunca fue clara sobre los motivos a los que obedecía la captura de la monja, es decir, no se exigía una suma precisa de dinero o algún movimiento político. Lo que hacía su situación un poco ambigua.
Lo que le sucedió a la Hermana Gloria Narvaez, nos muestra el lado más ruin al que puede llegar el ser humano en nombre de la religión, lo mismo que sucede en el terreno político cuando se le niega a una persona su libertad y es obligada a pasar por un calvario en vida, en medio de un crimen de lesa humanidad como lo es el secuestro. Secuestro que inició Gloria Narvaez el 7 de febrero de 2017, cuando tres hombres armados irrumpieron en su casa, donde junto a otras dos religiosas colombianas, cumplía una misión de caridad para las hermanas franciscanas al norte de Malí.
Ese momento desafortunado mostró esa santidad de la madre Gloria, quien para salvar la vida de sus compañeras, ofreció la suya a sus captores y se embarcó en un camino que para ese momento era de no retorno. El peligro de ser asesinada estuvo desde el minuto uno, ya que para la religión islámica, la mujer no vale nada y más si se es católica.
Hace pocos días el milagro de fe y de vida de la hermana Gloria Narvaez pudo ser escuchado. Fueron cuatro años y ocho meses los que vivió cautiva en medio del desierto bajo las condiciones más hostiles. El calor era infernal y la poca agua que le daban era mezclada con gasolina y otra veces estaba podrida. A diario era humillada, poca era la comida que recibía, era golpeada, amenazada y escupida por sus captores. Pero siempre vio la luz en medio de la total oscuridad. Nunca dejaba de orar y dar gracias a Dios, a quien le pedía paciencia y con la más humilde intención, su libertad.
En medio de su desierto se encargó del cuidado de otra secuestrada francesa, que padecía cáncer, a quien cuidó y alimentó con amor hasta el día en que la mujer fue separada de ella. Nunca renegó de su situación, en sus pruebas de vida siempre mostró una actitud humilde, pese a que físicamente se estaba muriendo en vida. Su rumbó cambió para mal cuando la ciudadana francesa fue liberada y a quien pidió ayuda para que fuese llevada con ella. No obstante, pese a que Gloria le insistió por su liberación, ésta la abandonó y dejó a la merced de sus verdugos.
Escuchar hablar a la hermana Gloria es escuchar a una santa. Una mujer que no da señales de rencor, pese a su amarga experiencia. De esos seres humanos excepcionales que dan su vida para el servicio del otro. Alguien que pese al sufrimiento, muestra su cara más amable y que durante éste siempre pidió por la paz de su país. País que poca importancia le dio a su caso y que debió unirse por su liberación. Sin embargo, esa indiferencia de la mayoría de sus compatriotas durante su secuestro poco le sumó. Porque su comunidad religiosa y su familia hoy celebran con júbilo su regreso.
Sin duda la hermana Gloria Cecilia Narvaez es un ser que tiene su lugar ganado en el cielo gracias a sus obras. Ojalá que su testimonio pueda tener una mayor trascendencia y su milagro de vida pueda ser reivindicado como lo merece, como el de una santa.
Por: Alvaro J Tirado
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