Cuenta una historia urbana -en Dubái- la experiencia de un expatriado portugués llamado Emerico Carvalho, quien un día al salir para su trabajo decidió dejar pegado un billete de cien dírhams (cien mil pesos colombianos) en la puerta de su casa. Así es, cien mil pesos visibles y al alcance de todos. A su regreso, y para su sorpresa, los cien dírhams permanecían sobre la puerta tan campantes como los había dejado.

–Alguien se lo llevará mañana– pensó para sí.

Días y meses pasaron y el billete no atraía a nadie, en una calle transitada. A medida que el tiempo transcurría, el billete se decoloraba y cubría de polvo por las tormentas de arena que le había tocado soportar. El deterioro llegó a un punto tal, que al lusitano le tocó reemplazarlo por uno nuevo, esta vez plastificado. El laboratorio social del expatriado produjo resultado una calurosa noche de junio: al llegar de su trabajo vio que el billete había desaparecido, dejando solo las tiras de cinta pegante que lo sostenían.

–Se lo llevaron de un zarpazo– dijo.

Lo anterior coincidió, ceñido a una estricta lógica, con la crisis económica que golpeó a los Emiratos Árabes en el año 2008, que dejó a miles de personas sin empleo y en una situación financiera lamentable. Tal era la magnitud de la crisis, que muchas personas con exorbitantes deudas salían de sus casas y –en vez de ir a sus trabajos– decidían, sobre la marcha, que la mejor opción era huir del revés económico: terminaban en el aeropuerto comprando un pasaje con el dinero que les quedaba; dejaban atrás todo literalmente tirado, incluyendo sus lujosos carros. Después de un tiempo, automóviles abandonados y cubiertos con polvo del desierto -tal como el viejo billete del portugués- se podían contar por miles en la zona de parqueo del aeropuerto de Dubái. Con el tiempo la crisis se superó, y la atmósfera de tranquilidad financiera retornó.

En lo referente a la delincuencia, es pertinente decir que Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes, es una ciudad muy segura. Por lo tanto, no es nada extraño -a cualquier hora del día- ver casas con las puertas abiertas y desatendidas, lo que refleja el grado de desprevención en que vive la gente. Esto se da cuando, por ejemplo, hay una reunión de amigos que van llegando a diferentes horas y no tienen que tocar un timbre; tampoco el anfitrión tiene la necesidad de ir cada minuto a abrirles. Una puerta abierta, por estos lares, es una costumbre, y no un descuido, aunque por estos días de pandemia vive guardada. Y todavía se sigue buscando un ladrón.

Marcelino Torrecilla Navarro

Abu Dhabi, Emiratos Árabes